Para todo estudiante y maestro de la Biblia, dos preguntas son de gran
importancia: ¿Qué dice la Biblia sobre algún asunto?, y ¿qué quiere
decir la Biblia cuando lo dice?
La respuesta a la primera pregunta puede encontrarse por medio del estudio
cuidadoso de la Biblia, o investigando en los libros de consulta indicados; o
bien, haciendo las dos cosas. La segunda pregunta puede ser contestada en
parte, leyendo el texto bíblico en una de las versiones recientes.
Los traductores han hecho un esfuerzo por hacer que el texto sea claro y al
alcance del lector de poca preparación académica. Aun así, el significado de
algún texto puede seguir siendo difícil por una de varias razones. De manera
que esta segunda pregunta viene a ser la más importante de las dos. El estudio
llamado “la interpretación bíblica” trata el asunto del
significado del texto bíblico.
La necesidad de
entenderlo data desde el tiempo del libro de Deuteronomio. En este libro Moisés
repitió las leyes que Dios dio a Israel en el Sinaí, cuarenta años antes. Pero
cuando las repitió, cambió la forma de muchas de ellas. Lo hizo, sin duda, para
hacerlas más claras, incapaces de ser mal entendidas. La segunda redacción de
la ley debe entenderse como la interpretación bíblica.
Quizá esta
redacción fue el primer intento por interpretar las Escrituras. Siglos más
tarde, el escriba Esdras y otros leyeron la ley de Dios en el texto hebreo para
todo el pueblo: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el
sentido de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8). La palabra “claramente”
significa “con interpretación”.
La disciplina
moderna de la interpretación bíblica, tal como se explica en muchos seminarios
e institutos bíblicos, se ha reconocido como estudio científico sólo en siglos
recientes. Tiene sus raíces en la historia del pueblo de Dios de hace miles de
años.
Pero sólo en el
siglo XVI Martín Lutero propuso una serie de reglas para guiar toda
interpretación seria de la Biblia. Desde entonces esta ciencia ha crecido tanto
que ahora demanda atención entre los otros estudios bíblicos y teológicos.
La interpretación
bíblica se llama hermenéutica, palabra derivada de la voz griega
hermenéuō, que significa interpretar. Como disciplina, incluye
cualesquiera reglas necesarias para explicar el significado de algún texto
literario; pero se aplica especialmente a la Biblia. Las reglas que ayudan a
entenderla y explicarla, tomadas de cualquiera fuente, constituyen la materia
de este estudio.
Si en la práctica
aplicáramos esta descripción a la hermenéutica, tendríamos que incluir muchas
cosas que propiamente no corresponden a ella. Al mismo tiempo, la hermenéutica
reconoce la contribución de estos otros estudios, y trata de incluirlos en la
preparación del intérprete.
El doctor Vernon
C. Grounds, antes presidente del Seminario Teológico Bautista Conservador en
Denver, Colorado, hizo la siguiente observación sobre la necesidad de estudiar
las muchas materias que no corresponden directamente a la hermenéutica:
Para interpretar
y comunicar con pericia el Libro, el estudiante debe obrar recíprocamente con
otros libros—libros sobre el hebreo, el griego, la arqueología, las misiones,
la historia, la teología, la educación, el arte de aconsejar, la ciencia, la
Homiletica, la literatura, la música—todas estas materias contribuyen al
entendimiento de la Biblia y de las personas que necesitan su mensaje.1
Respecto al valor
de conocer los idiomas originales, dice A. Berkeley Mickelsen:
“Si el estudiante
no conoce el griego, el hebreo o el arameo, debe consultar un buen comentario
(sobre los asuntos que puedan afectar el significado)”.2 Cuando el estudiante no tiene acceso a tal comentario,
la mejor alternativa será leer el texto bíblico en varias traducciones para
entender bien su sentido.
El intérprete
debe esforzarse por aprender todo lo que pueda de las materias antes
mencionadas. Sin embargo, la hermenéutica examina especialmente las reglas de
interpretación relacionadas con las características del lenguaje humano;
no importa si proceden de la literatura sagrada o secular.[1]
1. Recuerde que el contexto rige. Contexto
quiere decir "lo que va con el texto". Para comprender el contexto,
usted debe estar familiarizado con la Palabra de Dios. Una vez que haya sentado
las bases sólidas de la observación, estará preparado para considerar cada
versículo a la luz de:
* Los
versículos anteriores y posteriores
* El
libro en que se encuentra.
*
Toda la Palabra de Dios
Al estudiar, pregúntese: ¿Es mi
interpretación de determinada sección de la Biblia consecuente con el tema,
propósito y estructura del libro en que
se encuentra? ¿Concuerda con lo que
dicen otros pasajes bíblicos sobre el mismo tema, o hay una diferencia
manifiesta? ¿Estoy tomando en cuenta el
contexto histórico y cultural de lo que se dice? Nunca saque un pasaje de su
contexto para forzarlo a que diga lo que usted quiera que diga. Descubra lo que
dice el autor; no agregue nada a lo que éste quiere decir.
2.
Siempre busque todo el consejo de la Palabra de Dios. Cuando conozca a fondo la Palabra de Dios, no aceptará una enseñanza sólo
porque alguien haya usado uno o dos versículos aislados para respaldarla. Es
posible que esos versículos se hayan sacado fuera de su contexto, o que se
hayan pasado por alto otros pasajes importantes que habrían llevado a una compresión diferente. A medida que lea la Biblia con regularidad y
en totalidad, y profundice en el conocimiento de todo el consejo de la Palabra
de Dios, podrá discernir si una enseñanza es bíblica o no. Empápese de la
Palabra de Dios; es su defensa contra la falsa doctrina.
* No haga una doctrina de un solo versículo de la Biblia
3. Recuerde que la Biblia no se contradice. El mejor intérprete de la Biblia es la Biblia misma.
Recuerde que toda la Escritura es inspirada por Dios. Por tanto, las Escrituras
nunca se contradicen.
La Biblia contiene toda la verdad que pudiera necesitar para cualquier
circunstancia de la vida. A veces, sin embargo, le pudiera resultar difícil
conciliar dos verdades aparentemente contradictorias que aparecen en las Escrituras.
Un ejemplo de esto sería el de las enseñanzas sobre la soberanía de Dios y la
responsabilidad del hombre.
Cuando se enseñan en la Palabra dos
o más verdades que parecen estar en
conflicto, recuerde que los seres humanos tenemos una mente finita. No lleve
una enseñanza a un extremo al que no lo lleva Dios. Más bien humille su corazón
en fe y crea lo que dice Dios, aun cuando de momento no pueda comprender o
acomodar perfectamente lo que Él dice.
* El mejor y único intérprete de la Biblia es la Biblia misma.
4. No base sus convicciones en un pasaje
oscuro de las Escrituras. Un pasaje oscuro
es uno cuyo significado no se puede entender con facilidad. Como es difícil
entender estos pasajes aun cuando se empleen los correctos principios de
interpretación, no se deben usar como base para establecer ninguna doctrina.
@ Pasaje oscuro es uno cuyo significado no se puede
entender con facilidad.
@ No establezca una doctrina en uno de estos pasajes, busque uno paralelo con más claridad.
5. Interprete las Escrituras literalmente. La Biblia no es un
libro místico. Dios nos habló para que conociéramos la verdad. Por lo tanto,
tome la Palabra de Dios en sentido literal, es decir, en su sentido natural y
normal. Busque en primer lugar la enseñanza clara de un pasaje, no un
significado oculto. Comprenda y reconozca las figuras retóricas e interprételas
como tales. Para lo cual estaremos estudiando en los temas siguientes, es
decir, como interpretar las figuras literarias…
Considere lo que dice cada autor a la luz del estilo literario que emplea.
Por ejemplo, se encontrarán más símiles y metáforas en la literatura poética y
profética que en los libros históricos o biográficos. Interprete los pasajes de
las Escrituras conforme a su estilo literario.
* Respetando el estilo literario del autor
* Interprete de acuerdo al estilo literario
* Los siguientes son algunos de los estilos literarios que se emplean en la
Biblia: Históricos: Hechos; Proféticos: Apocalipsis; Biográfico: Lucas;
Didáctico (de enseñanza): Romanos; Poético: Salmos; Epistolar (carta): 2
Timoteo; Sapiencial: Proverbios.
6. Busque el significado único del pasaje. Al interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure
entender lo que el autor tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para
respaldar una idea que no se enseña con claridad en el texto. A no ser que el
autor de un libro indique que hay otro significado en lo que dice, deje que el
pasaje hable por sí mismo. Al
interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure entender lo que el autor
tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para respaldar una idea que no
se enseña con claridad en el texto. A no ser que el autor del libro indique que
hay otro significado en lo que dice, deje que el pasaje hable por sí mismo.
Cuídese del subjetivismo: Póngase en el lugar del autor.
Cuando
interpretamos las escrituras podemos cometer el error de decir mucho mas de la
idea natural del texto; querer acentuarla, pero exagerando cosas que al autor
nunca se le ocurrieron decir, todo por ignorar el contexto del libro. Esto lo
podemos llamar hiperbolizar las escrituras exagerando lo que el autor dice, o
alegorizar que es pretender adornar lo que el autor dice en la palabra.
SUBJETIVISMO: (El Intérprete se vuelve el
autor)
Sí, pero yo creo,
a mi me parece, yo siento, fulano de tal dice, mi denominación afirma, mi
religión cree... cuando una persona tiene estas afirmaciones me da la impresión
de que no está seguro de lo que la palabra de Dios dice, por lo tanto llegan a
cometer o decir herejías.
Como pasarle al
autor original por encima, ignorar la situación del autor y de los primeros
destinatarios, y literalmente confundir interpretación con aplicación y DECIR
LO QUE NOS DA LA GANA.
El principal
riesgo de realizar una mala hermenéutica es el de comenzar a formular doctrinas
erróneas, justamente por la falta de conocimiento en los principios de
interpretación bíblica según lo que dice. 2 Pedro 3:15Y tened entendido
que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado
hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16casi en todas sus
epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas
difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como
también las otras Escrituras, para su propia perdición.[2]
No debemos
olvidar también que la palabra de Dios no es de propia interpretación, "Ante todo, tengan muy presente que
ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de
nadie" 2 Pedro 1:20 (NVI)
Cada idioma tiene
sus propias expresiones que no se prestan para la traducción literal en otros
idiomas. Los modismos, los proverbios, las singularidades gramaticales y las
referencias a las costumbres o circunstancias locales, pueden causar
dificultades para el intérprete cuyo idioma no sea el hebreo o el griego.
Aun para los que
hablan uno de estos idiomas, algunos usos especiales pueden ser difíciles de
entender. Cuando tratamos de explicar la Biblia nos enfrentamos con un grupo de
problemas especiales. Algunos de éstos se deben a que la Biblia fue escrita en
otra época, separada de la nuestra por miles de años.
La parte del
mundo donde sucedieron los eventos registrados está separada de nuestro mundo
por un océano y un continente. Dos de los idiomas en que fue escrita fueron por
mucho tiempo lenguas muertas. No pertenecen a la familia de lenguas romances, es
decir derivada del Latín. El hebreo, el arameo y el griego tienen poca conexión
con el español.
Cuando empezamos
a estudiar el hebreo, vemos que ésta hace uso de un alfabeto extraño y que se
escribe desde la derecha hacia la izquierda, y en un principio tenía solamente
una o dos vocales escritas. En años posteriores le fueron añadidas algunas
marcas especiales llamadas puntos vocálicos.
Estos se componen
de puntitos, rayas... Generalmente no tenemos literatura en hebreo sino el
Antiguo Testamento. Los escritos apócrifos, los rollos del Mar Muerto y unos
pedacitos de ollas rotas son casi todo lo que existe.3
Nuestros estudios del hebreo tienen que ser basados en el texto bíblico.
Aun los israelíes modernos tuvieron que estudiarlo de la misma manera, con la
ayuda de eruditos que hablaban el idioma. El caso del griego del Nuevo
Testamento es muy diferente. Se había hablado el griego anterior al siglo IV
antes de Cristo, sin interrupción.
El griego del Nuevo Testamento es entendido entre los que tienen una amplia
educación en aquel idioma. Mientras que los hebreos nos dejaron muy pocas
copias de sus Escrituras, hay cientos de manuscritos del griego popular de la
época del Nuevo Testamento. Aunque la mayor parte de los manuscritos que
existen hoy fueron escritos en pergamino, todavía se encuentran algunos
fragmentos hechos en el frágil papiro. En la primera parte del siglo XVIII, se
descubrieron en Egipto algunos documentos importantes, escritos en papiro.
Estos se habían conservado como por accidente en la atmósfera árida de aquel
país. Estos papiros han arrojado mucha luz sobre las características del griego
popular de aquellos tiempos, conocido hoy como el griego koiné (común, o popular).
Sin embargo, estos papiros no contienen ningún manuscrito del Nuevo
Testamento. Los papiros son de dos clases: obras literarias y documentos, tanto
particulares como oficiales. Los estudios del koiné han
aumentado mucho nuestro conocimiento del Nuevo Testamento.
Por estas razones el estudio del griego está mucho más al alcance del
estudiante que el hebreo. También es de más valor para la mayor parte de los
que estudian la Biblia. Sin embargo, el acceso a la información acerca de los
dos idiomas es básico para el intérprete. Además, no queremos pasar por alto
las partes de las Escrituras escritas en arameo. Este idioma se estudia como
parte del hebreo, porque era un dialecto muy usado en el Medio Oriente desde
los principios de la historia de Israel.
Si reconocemos que el estudio de la hermenéutica es necesario para entender
bien la Biblia, podemos ver también que una interpretación adecuada está al
alcance de aquel que quiere esforzarse por aprender sus reglas y ser diligente
en su aplicación. Pero requiere que el intérprete mismo comience su trabajo
siendo preparado para él espiritualmente.
En este punto muchos católicos romanos difieren de los cristianos evangélicos.
Aquella iglesia reserva para sí el derecho exclusivo de interpretar las
Escrituras. Los teólogos romanistas pretenden que la Iglesia verdadera del
Señor Jesucristo es la que ellos sirven. Por esta razón, creen que sólo ellos
poseen el Espíritu Santo, con la ayuda del cual puedan interpretar las
Escrituras.[3]
En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, y, en realidad, de
cualquier libro que sea, debe poseer una mente sana
y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la dificultad de
comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son
cosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias.
Todos esos defectos, y aun cualquiera de ellos, inutilizan al que los sufre
para ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito especial del intérprete
es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de tomar el pensamiento de su
autor y sentir, de una mirada, toda su fuerza y significado. A esa rapidez de percepción debe ir unida una
amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el
intento de las palabras y frases sino también el designio del argumento.
Es obvio que en la labor del exegeta influyen multitud de factores.
Consciente o inconscientemente, el intérprete actúa bajo la acción de
condicionantes filosóficos, históricos, psicológicos e incluso religiosos, los
cuales, inevitablemente, colorean la interpretación. Esto sucede no sólo en la
interpretación de un texto, sino también en la de hechos históricos o de formas
de pensamiento. Como indica Bemard Ramm, «la disposición subjetiva de un erudito
pesa abrumadoramente sobre él en su exégesis.
A partir de Bultmann, la cuestión de una exégesis libre de presuposiciones
ha adquirido gran relieve. No sólo se afirma que tal tipo de exégesis es
imposible, sino que las presuposiciones mismas son vistas como una necesidad
primordial, lo que da lugar a peligrosos equívocos. Ciertamente no se espera que
el exegeta acceda al texto en actitud de absoluta neutralidad o
despreocupación.
Hasta cierto punto, las presuposiciones, la «pre-comprensión » o
comprensión previa preconizada por Bultmann, pueden ser convenientes para
enjuiciar de modo fructífero determinados fenómenos. La historia, por ejemplo,
únicamente puede ser comprendida cuando se presuponen unas perspectivas
específicas.
Pero es un grave error asegurar que el intérprete moderno sólo puede
entender la Biblia sobre la base de sus propias ideas previas. Como lo sería
renunciar a un examen crítico de los factores subjetivos que pueden influir en
la tarea hermenéutica con efectos distorsionadores sobre el auténtico
significado del texto. Cuando las presuposiciones, filosóficas o teológicas,
adquieren rango de árbitros, cuando su peso es decisivo, entonces la interpretación
objetiva es imposible. El racionalista interpretará todo lo sobrenatural
negando la literalidad de la narración y atribuyéndole el carácter de leyenda o
de mito. El existencialista prescindirá de la historicidad de determinados
relatos y acomodará su interpretación a lo que en el texto busca: una mera
aplicación adecuada a su situación personal aquí y ahora.
El dogmático católico, protestante u ortodoxo
griego interpretará la Escritura de modo que siempre quede a salvo su sistema
doctrinal. Aun los creyentes más deseosos de ser fieles a la Palabra de Dios
pueden caer y con harta frecuencia caen en este error, víctimas de las ideas
teológicas prevalecientes en su iglesia. Esto sucede sin que el propio
intérprete se percate de ello. Apropiándonos una metáfora de R. E. Palmer,
estamos inmersos en el medio de la tradición, que es transparente para
nosotros, y por lo tanto invisible, como el agua para el pez.
Se han adoptado a menudo dos modos dispares de
acercarse a la Biblia: el que podríamos llamar devocional o pietista y el
racionalista. El primero nos lleva al texto en busca de lecciones espirituales
que puedan aplicarse directa e inmediatamente y está presidido no por el afán
de convencer el pensamiento del escritor bíblico, sino por el deseo de derivar
aplicaciones edificantes. Es el que distingue a algunos comentarios y a pocos predicadores. El
racionalista, con toda su diversidad de tendencias, analiza la Escritura
sometiéndola a la presión de prejuicios filosóficos. De este modo muchos textos
son gravemente tergiversados. Tanto en un caso como en el otro, se da poca
importancia al significado original del pasaje que se examina. No se investiga
lo que el autor quiso expresar. En ambos falta el rigor científico. El exegeta
debe estar mentalizado y capacitado para aplicar a su estudio de la Biblia los
mismos criterios que rigen la interpretación de cualquier composición
literaria. El hecho de que tanto en la Biblia como en su interpretación haya
elementos especiales no exime al intérprete de prestar la debida atención a la
crítica textual al análisis lingüístico, a la consideración del fondo histórico
y todo cuanto pueda contribuir a aclarar el significado del texto (arqueología,
filosofía, obras literarias más o menos contemporáneas…
Pero no basta la posesión de conocimientos
relativos a la labor exegética. El intérprete ha de saber utilizarlos
científicamente, poniendo a contribución un recto juicio, agudeza de discernimiento,
independencia intelectual y disciplina mental que le permitan analizar,
comparar, sopesar las razones en pro y en contra de un resultado y avanzar
cautelosamente hacia una interpretación aceptable.
Bernard Lonergan, refiriéndose a la importancia de
estas cualidades, llega a la siguiente conclusión: «Cuanto menor sea la
experiencia, cuanto menos cultivada la inteligencia, cuanto menos formado el
juicio, tanto mayor será la probabilidad de que el intérprete atribuya al autor
una opinión que el autor jamás tuvo.
Esta cualidad es inherente al interprete.
Cuanto más se amplía el círculo de lo sabido, mayor
aparece el de aquello que aún queda por descubrir. Y aun lo que se da por
cierto ha de mantenerse en la mente con reservas, admitiendo la posibilidad de
que nuevos descubrimientos o investigaciones más exhaustivas obliguen a
rectificaciones. En el campo científico nunca se puede pronunciar la última palabra.
Esto es aplicable a la interpretación, por lo que
todo exegeta debe renunciar aun a la más leve pretensión de infalibilidad. En
la práctica, no es sólo la Iglesia Católica la que propugna la inherencia de su
magisterio.
También en las iglesias evangélicas hay quienes se
aferran a sus ideas sobre el significado del texto bíblico con tal seguridad
que ni por un momento admiten la posibilidad de que otras interpretaciones sean
más correctas.
A veces ese aferramiento va acompañado de una
fuerte dosis de emotividad y no poca intolerancia, características poco recomendables
en quien practica la exégesis bíblica.
Quien se encastilla en una tradición exegética, sin
someter a constante revisión sus interpretaciones, pone al descubierto una gran
ignorancia, tanto en lo que concierne a las dimensiones de la Escritura como en
lo relativo a las limitaciones del exegeta. La plena comprensión de la
totalidad de la Biblia y la seguridad absoluta de lo atinado de nuestras
interpretaciones siempre estará más allá de nuestras posibilidades.
Por supuesto, la prudencia en las conclusiones no
significa que el proceso hermenéutico, al llegar a su fase final, no haya de
permitir sentimientos de certidumbre. Después de un estudio serio, imparcial,
lo más objetivo posible, la interpretación resultante debe mantenerse con el
firme convencimiento de que es correcta, a menos que dificultades in-superadas
del texto aconsejen posturas de reserva y provisionalidad. En cualquier caso,
ha de evitarse el dogmatismo, admitiendo siempre la posibilidad de que un
ulterior estudio con nuevos elementos de investigación imponga la modificación
de interpretaciones anteriores.
Obviamente, quien sólo vea en la Biblia un
conglomerado de relatos históricos, textos legales, normas litúrgicas,
preceptos morales, composiciones poéticas y fantasías apocalípticas, es decir,
un conjunto de libros comparables a otros semejantes de la literatura
universal, pensará que puede proceder a su interpretación sin otros requisitos
que los ya apuntados.
Pero aun el lector neutral, si es objetivo, admite
que en muchos aspectos la Biblia es una obra única y
que es razonable la duda en cuanto a la suficiencia de requisitos ordinarios
para su interpretación. Si nos situamos en el plano al que la propia Escritura
nos lleva, es decir, el plano de la fe, encontramos en ella la Palabra de Dios,
siempre dinámica, rebosante de actualidad. Por eso sus páginas son mucho más
que letra impresa. A través de ellas llega a nosotros la voz de Dios. De ahí
que el intérprete de la Biblia necesite unos requisitos adicionales de carácter
especial.
La mente, los sentimientos y la voluntad de exegeta han de estar abiertos a
la acción espiritual de la Escritura. Ha de establecerse una sintonía con el mensaje que
la Biblia proclama. En palabras de Gerhard Maier, «la exposición de la
Escritura exige del expositor una con genialidad espiritual (Geisterverwandschait}
con los textos»." La carencia de sensibilidad religiosa incapacita
para captar en profundidad el significado de los pasajes bíblicos. Si alguien
objetara que tales afirmaciones otorgan a la subjetividad del intérprete un lugar contrario
a la objetividad científica, que antes hemos propugnado, mostraría un concepto
muy pobre de lo que es la verdadera interpretación. Aun tratándose de obras que
no sean la Biblia, la falta de compenetración entre autor e intérprete merma la
calidad de la obra de éste.
¿Qué valor tendría, por ejemplo, el juicio crítico de quien, carente de la
sensibilidad religiosa de Juan Sebastián Bach, opinara sobre sus composiciones?
¿Sería posible una apreciación adecuada de los cuadros de Van Gogh sin
establecer un nexo psicológico con su vida interior?
En toda labor exegética se debe ahondar en el espíritu que hay detrás del
texto. En el caso de la .Biblia, se trata de descubrir lo que había en la mente
y en el espíritu de sus autores. Esto logrado, se advierte en ellos la
presencia del Espíritu de Dios. Tal es la razón por la que el intérprete ha de
estar poseído del Espíritu Santo y ser guiado por El. Esta necesidad se
acrecienta debido a que la caída en el pecado ha tenido en la mente humana
efectos negativos que hacen prácticamente imposible la comprensión de la verdad
divina. Como escribiera Pablo, «el hombre natural no percibe las cosas que son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender,
porque se han de examinar espiritualmente» (1 Ca. 2: 14).
Por eso es necesario haber tenido la experiencia que en el Nuevo Testamento
se denomina nacimiento del Espíritu (Jn.3:5,6), la cual proporciona unas
posibilidades de percepción espiritual antes inexistentes. Sólo el creyente
puede ahondar en el verdadero significado de la Escritura porque el mismo
Espíritu que la inspiró realiza en él una obra de iluminación que le permite
llegar, a través del texto, al pensamiento de Dios. Así lo reconoce Pablo
cuando, hablando de las maravillas de la revelación, afirma: «Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo
profundo de Dios» (l Ca. 2: 10).
El pensamiento de Pablo sobre este punto fue enfatizado por Calvino y ha
sido mantenido como principio básico de la hermenéutica evangélica hasta
nuestros días. Tan importante es este requisito que, sin él, como afirma Henry
Blocher, toda «pre-comprensión », a causa de los efectos del pecado en la
mente, es «pre-incomprensión » La facultad de discernimiento espiritual del
creyente ha de ser alimentada por una actitud de reverente dependencia de la
dirección divina. Todo trabajo de exégesis debe ir de la mano con la oración.
En el campo de la hermenéutica tiene perfecta aplicación el aforismo bene
orasse est bene studuisse (orar bien es estudiar bien). El exegeta, más que
cualquier simple lector de la Biblia, habría de hacer suya la súplica del
salmista: «Señor, abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley» (Sal.
119:18). Conviene recordar, sin embargo,
lo que ya hemos destacado antes, que la acción iluminadora del Espíritu Santo
no ahorra al intérprete cristiano el esfuerzo hermenéutico.
Tampoco lo preserva de la posibilidad de caer en errores. El don de la
infalibilidad no se cuenta entre los dones con que Dios ha querido enriquecer a
su pueblo. Así, pues, la realidad del Espíritu Santo debe ser un estímulo no
para elaborar sistemas dogmáticos cerrados, sino para ahondar incansablemente
en el significado de los textos bíblicos, modificando nuestras interpretaciones
anteriores siempre que una mejor comprensión nos lleve a ello.
El verdadero intérprete de la Biblia no se limita al estudio frío de sus
páginas como si efectuase un trabajo de laboratorio. Por grande que sea su
erudición, ésta no es suficiente para hacer revivir el espíritu y el propósito
originales de la revelación.
Tampoco basta una actitud pietista, pero
desencarnada, hacia la Palabra de Dios. Si, como ya hemos hecho notar, la
Biblia es el vehículo que Dios usa para llegar al hombre y hablarle, el lector
mucho menos el intérprete- no puede desentenderse de lo que Dios le dice. El
mensaje bíblico ha de hallar en él una resonancia interior y ha de influir
decisivamente en su vida.
La comprensión de la Palabra de Dios lleva
inevitablemente al compromiso con Dios, a la decisión de aceptar lo que Él
ofrece y darle lo que exige, a hacer de su verdad nuestra verdad, de su
voluntad nuestra voluntad y de su causa nuestra causa.
Así lo entendieron los reformadores del siglo XVI.
Para Lutero, la exposición de la carta a los Romanos y de otros libros de la
Biblia, no fue un mero trabajo propio de su labor docente.
Constituyó una fuerza colosal que, a la par que
transformó radicalmente su vida, cambió el curso de la historia de la Iglesia
y del mundo.
Únicamente una acción comprometida, de
identificación práctica con el texto que se interpreta, puede extraer de éste
la plenitud de su significado. Lo que algunos pensadores han opinado sobre la
investigación histórica tiene aplicación, con mayor razón, a la investigación
bíblica.
La historia no puede ser estudiada con efectividad
de modo absolutamente imparcial. El discutido Paul Tillich tenía razón cuando
sostenía que el ideal de limitarse a informar sobre los hechos sin ningún
elemento de interpretación subjetiva es un «concepto cuestionable».
Si no existe unión entre el historiador y el
material que interpreta no puede haber una verdadera comprensión de la historia.
La tarea del historiador consiste en «revivir.», lo que, esta muerto. «Sólo el compromiso profundo
con la acción histórica puede sentar las bases para la interpretación la
historia. La actividad histórica es la clave
para la comprensión de la historia. De modo análogo, podríamos decir que la
«actividad» bíblica es la clave para la comprensión de la Biblia. En la medida
en que el estudio de sus textos va acompañado de una acción consecuente en la
teología, en el culto y en la conducta incluida su proyección social es factible
una interpretación en profundidad que irá enriqueciéndose a medida que se vaya
asumiendo su contenido.
Algunos teólogos evangélicos de nuestros días
consientes de esta realidad y han empezado a dar mayor énfasis a las implicaciones
prácticas de la hermenéutica. Con un enfoque contextual las realidades espirituales,
culturales y socio-políticas de hombres y pueblos son tomadas seriamente en
consideración a fin de interpretar la Escritura de modo comprensible y
relevante. Pero la realización de este propósito pasa por la «encarnación» del
mensaje bíblico, encarnación en la que deben asumirse los problemas, las
inquietudes y las necesidades de aquellos a quienes se pretende comunicar la
Palabra de DIOS. De esto se desprende otro requisito especial del
exegeta bíblico.
En último término, la misión del intérprete es servir
de puente entre el autor del texto y el lector. Entre el pensamiento
de ambos media a menudo una gran sima que se debe salvar. Para ello no basta
llegar a captar lo que el autor bíblico quiso expresar. La plenitud de
significado sólo la descubrimos cuando acercamos el mundo del autor a nuestro
mundo y viceversa.
A modo de ilustración, podemos pensar en los
mensajes proféticos de Amós. Nuestra comprensión de sus denuncias de la
injusticia y de la inhumanidad de sus contemporáneos no se agotará si nos
limitamos a una mera exposición histórica de su ministerio y al análisis
lingüístico de sus discursos. En cambio, una toma de conciencia de
los problemas sociales del mundo en que nosotros vivimos, dados los paralelos
existentes entre la situación del profeta y la nuestra, no sólo hará más
relevante el libro de Amós para el hombre de hoy, sino que nos
proporcionará una visión más profunda y mucho más viva de lo que el profeta
quiso decir. El contexto histórico del intérprete ha sido con frecuencia factor
determinante de auténticos descubrimientos en la práctica de la exégesis.
Fue la angustia de Lutero, abrumado por la doctrina católica de las obras
meritorias y la opresión espiritual de Roma impuesta a la cristiandad, lo que
llevó al reformador alemán comprender el alcance grandioso del texto «el Justo por la fe Vivirá». Al descubrimiento de la
justificación por la fe, seguirán otros que inducirían a Lutero, a la luz de
una Biblia interpretada en un contexto personal nuevo, a
una nueva formulación teológica.
Es este contexto histórico del momento presente en que está influyendo y abriendo nuevas
perspectivas para la reconsideración de textos bíblicos olvidados o mal
interpretados, Hay, en plena evolución hermenéutica, se recobra el concepto
bíblico del hombre total.
Todo esto no significa que se esté sacando arbitrariamente de la Biblia lo
que ésta no contiene o lo que sucede es que se están redescubriendo
facetas del Evangelio que hablan quedado ocultas por tradiciones culturales y situaciones
históricas diversas.
Tales redescubrimientos debieran proseguir siempre que fuera; necesario, siempre que
antiguas o nuevas formulaciones teológicas, por incorrectas o incompletas,
dejen de comunicar la Palabra de DIOS en respuesta a las preguntas y los clamores del, mundo.
Como sugieren los especialistas de nuestros días, la hermenéutica debe abrir un diálogo entre
el pasado del autor bíblico y el presente del lector. Y como mediador en el dialogo esta el interprete, quien ha de recorrer una y
otra vez el círculo hermenéutico, acercándose por un lado al texto y por otro a
su propio contexto histórico, interrogando a ambos hasta llegar a discernir el verbo de Dios, significativo
para los hombres de cualquier lugar o época.
En esta labor es llamado a perseverar el exegeta, abierto constantemente al
mensaje, siempre viejo y siempre nuevo, de la Biblia, con el que nunca
estaremos suficientemente familiarizados.
Juan 5:39-39. Así
como para apreciar debidamente la poesía, la música, la pintura o el arte se
requieren poseer un sentimiento especial hacia lo bello, lo poético y lo
artístico, también es muy importante tener una disposición, aprecio y actitud
especial para el estudio provechoso de la Biblia. Una persona irreverente,
ligera, impaciente e imprudente, jamás podrá estudiar y entender un libro tan
profundo y espiritual como la Biblia.
Una persona así
juzgará el contenido de la escritura como un ciego distingue los colores;
equivocadamente. Para estudiar y comprender la Biblia se necesita, por lo menos
las siguientes disposiciones:
El principio de
la sabiduría es el temor de Jehová. Prov. 1: 7
Temer a Dios
significa honrarlo, reverenciar a Dios, darle el lugar que le corresponde,
tener un conocimiento correcto acerca de Dios y actuar conforme a ese concepto,
en todo lo que tenga que ver con él. Solo conociendo a Dios personalmente es
que se le puede honrar o temer; Quien conoce a Dios tiene temor de Dios, y
quien tiene temor de Dios tiene abiertas las puertas de la sabiduría y el
entendimiento, para así, comprender su Palabra.
La Biblia es la
revelación del Omnipotente (todo poderoso), es el milagro permanente de Dios,
es el código divino por el cual seremos juzgados algún día, es el Testamento
firmado con la sangre de Cristo. Con todo lo que contiene y significa la
Biblia, el hombre irreverente se hallara como el ciego ante el más bello
paisaje, no lo apreciara ni valorará.
Estudie la Biblia
con un sentido de humildad y reverencia, tenga siempre presente que lo que esta
leyendo no es cualquier libro, es la misma Palabra del Dios que lo creo a usted
y le da el aliento para vivir. Dice Jehová; miraré a aquel que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. Isaías 66:2
La persona que es obstinada y terca nunca aprende; cuando
alguien no esta dispuesto a hacer a un lado sus ideas personales o preferidas,
dejar lo que antes le enseñaron, o piensa que sabe mucho, jamás aprenderá algo
de la palabra de Dios.
Cuando
usted lea la Escritura, mantenga su mente abierta y libre de prejuicios,
para recibir y aprender algo nuevo que tal vez usted entendía de otro modo;
disponga su corazón a aceptar la enseñanza y la corrección haciendo a un lado
cualquier idea que usted tenga contraria a lo que lee en la Biblia.
Antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como
está escrito... Romanos 3:4 El hombre animal no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios... 1Corintios 2:14
El hombre por naturaleza no posee esa pasión, carece
de un corazón deseoso de conocer la verdad al contrario huye de la
verdad espiritual y abrasa con ansia la mentira y el error. Quien se acerca a
la Biblia debe tener este deseo inmenso de conocer la verdad, aún cuando esta
duela. Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y
todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual
no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación. 1 Pedro 2:1,2
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados. Mateo 5: 6
Tener una mente sana y libre de prejuicios e ideas extravagantes, es
indispensable para todo el que quiera entender la Biblia. De vez en cuando en
nuestro recorrido por las páginas de la Biblia, nos encontraremos con pasajes
obscuros, textos difíciles de entender o simbólicos; el lector que tiene una mente
fantasiosa o sin escrúpulos, llegara a las más ridículas conclusiones;
distorsionando, torciendo, desviando y mal interpretando las Escrituras, dando
rienda suelta a su imaginación o buscando respaldar con la Biblia sus propias ideas
y conceptos personales. Es capaz hasta de forzar las Escrituras para que estas
apoyen su manera de pensar, sus enseñanzas, o sus doctrinas.
Un ejemplo de esta clase de personas son los testigos de Jehová, los
mormones, los de pare de sufrir, y uno que otro despistado de los que nunca
faltan.
Jesús nos dejo el mandamiento de “escudriñar las escrituras”. La palabra
escudriñar significa: estudiar con mucho cuidado, investigar con detalle,
examinar minuciosamente; Buscar con mucho empeño, investigar con inmenso
interés y deseo de aprender y alcanzar conocimiento. Utilizando nuestro
lenguaje común, y expresado en términos conocidos para nosotros, este
mandamiento de “escudriñar las escrituras”, según el significado de la palabra
“escudriñar”, pudiera interpretarse diciendo que es buscar como que se me ha
perdido algo. La lectura constituye el fundamento de todo
aprendizaje; se dice que: “si sabes leer, puedes aprender cualquier cosa”. Por
esto, quien quiera estudiar la Biblia, tendrá que adquirir la capacidad de leer
bastante, y la disciplina de hacerlo constantemente.
El estudio Bíblico es esencial para crecer en conocimiento y aprender más
de Dios, y todo lo que tenga que ver con él. La práctica de leer en forma
regular las escrituras es lo que lleva al lector a convertirse en estudiante;
que es precisamente lo que Cristo quiso decir con eso de “escudriñad las
escrituras”. La lectura diaria de la Biblia es para la vida espiritual, lo que
el alimento diario para la vida física. Así como necesitamos comer diariamente
para mantener el nivel de energía, también el hombre espiritual ha de
alimentarse en forma regular con la Palabra de Dios. Fijar una hora determinada
para estudiar todos los días y sujetarse a ella fielmente es un requisito
indispensable, ya que las buenas intenciones por si solas muy pocas veces se
realizan; el ser disciplinado en la lectura y estudio de la Biblia nos evitara
de ser lectores ocasionales, lo cual trae muy pocos beneficios.
Aparte de la necesidad de
tener al Espíritu Santo para interpretar bien la Biblia, es evidente la verdad
de que existe una capacidad universal de captar su mensaje; bien que esta
verdad parece contradictoria.
Es verdad que el propósito de Dios es que toda
la gente ponga atención a su mensaje, aun antes de creerlo. Los evangélicos creemos
que toda la gente tiene no solamente el derecho de leer y entender la Biblia
para sí, sino que es su obligación delante de Dios leerla y entenderla lo mejor
que puedan. Generalmente, esta obligación abarca la de leerla personalmente y
estudiarla, siempre que el individuo pueda hacerlo. Es decir, que toda persona
que tenga acceso a un ejemplar de la Biblia, y que sepa leer, está obligada a
hacerlo.
Esta verdad no elimina la necesidad de tener
maestros en la iglesia. La Biblia no fue escrita para guiar sola a la iglesia sin
tener a nadie que la enseñe. Tampoco pretendemos que todo laico
deba instruirse con ella sólo y completamente, independientemente de los demás
creyentes.
En primer lugar, es dudoso que ningún cristiano
pueda recibir toda la instrucción necesaria sin que otros le ayuden. En segundo
lugar, ninguna instrucción humana es completa ni perfecta; el único Maestro
perfecto es Jesús mismo. Y en tercer lugar, el Espíritu Santo escoge a ciertos
individuos para ser maestros de la Palabra de Dios y les ayuda a llevar a cabo
su obra por medio de los dones necesarios del Espíritu.
Pero la razón más evidente por qué toda persona
debe de leer la Biblia y entenderla para sí misma, es que la Biblia lo enseña
en lenguaje inequívoco: Escudriñad las Escrituras (Jn. 5:39). Y éstos eran más
nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda
solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran
así (Hch. 17:11). Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los
santos hermanos (1Tes. 5:27).
Y que desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es
en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar,
para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2Tim.
3:15–17). El principio de la libertad
expresado en estos textos, fue proclamado al comienzo de la Reforma con el
nombre de “Libre Examen” (de las Escrituras). Toda confesión evangélica lo
afirma o lo da por sentado. En un espíritu contrario, la Iglesia Católica
Romana sólo permite la lectura de la Biblia “a los fieles”.6
Los que se oponen al “libre
examen” con frecuencia tuercen el significado de la frase. Dicen que este
principio consiste en el derecho de interpretar libre y particularmente según
“las ideas, pasiones y prejuicios” del lector, o según la “inspiración
individual”.7 Sin embargo, el principio se llama “Libre Examen”, no “Libre Interpretación”.
La libertad que declara existe para todo individuo porque Dios se la ha dado, y
porque nadie tiene la autoridad de prohibirle que lea las Escrituras, ni de
tener señorío sobre su fe (2 Co. 1:24). La libertad que gozamos es con respecto
a otras personas. Pero con respecto a Dios, cada lector está obligado a
examinar la Biblia para sí mismo. Al mismo tiempo, no tiene la libertad de
interpretarla según su propio gusto. Pedro lo dijo claramente:
Entendiendo primero esto, que
ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque… [En
estas profecías] los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el
Espíritu Santo (2Pe. 1:20, 21). La Palabra de Dios tiene el significado que
Dios le dio, y los hombres deben procurar entenderla según él quiso en un
principio.
La
responsabilidad personal
La libertad de leer y entender
la Biblia lo mejor que pueda uno, no debe tomarse ligeramente; porque cada uno
de nosotros responderá y dará cuenta por
sí mismo delante del trono de Cristo (2 Co. 5:10). Cada maestro debe enseñar
con cuidado.
Si alguno ha sido falso en el
manejo de la Palabra de Dios, recibirá mayor condenación (Santiago. 3:1). Los
evangélicos enseñamos que la ciencia de la hermenéutica bíblica requiere la
interpretación reverente, dada en el temor de Dios y guiada por el Espíritu
Santo; porque él es nuestro Maestro divinamente nombrado para serlo (Jn. 14:26).
Como creyentes cristianos
dedicados al fiel manejo de la Palabra de Dios, nos vemos obligados a aprender
las reglas de interpretación para desempeñar el ministerio al cual Dios nos ha
llamado, lo mejor que sepamos.
Al hacerlo, gozamos de la
iluminación y de la ayuda del Espíritu de Dios. No debe de haber duda sobre
este punto, porque realmente tenemos su presencia en virtud del don del
Espíritu desde cuando nacimos de nuevo.
Si algún alumno o maestro
piensa que puede sacar conclusiones satisfactorias solamente después de dominar
completamente esta materia, debe recordar que el Espíritu Santo
es su maestro y guía. Aun cuando el lector no sea un gigante intelectual, esto
tiene poco que ver con su capacidad de sacar algunas conclusiones correctas por
medio de su lectura de la Biblia.
Hasta el lector más humilde
normalmente goza de la iluminación del Espíritu mientras lee. Algún texto que
no había entendido antes, de repente está iluminado. O algún otro pasaje, poco
comprendido, puede brillar con nuevo significado por medio de la ayuda del
Espíritu que vive en él.
Todo esto no indica que el
alumno no debe aplicarse al estudio. El estudiante descuidado o moroso no debe
contar con la ayuda divina como para pasar por alto el estudio
diligente que Dios ha ordenado para su progreso en las
Escrituras.
La aplicación de
las reglas
Aquí debemos indicar que no
toda regla de interpretación tendrá aplicación en todos los casos. Las varias
reglas deben aplicarse sólo cuando juzga que puedan resolver un determinado
problema.
Juntas todas las reglas
formarán parte del equipo intelectual con el que puede interpretar el texto
bíblico. Claro es que la pericia del intérprete ha de afectar su interpretación
de algún texto; pero no con respecto a la originalidad que muestra, sino en el
cuidado con que aplica sus conocimientos.
No todo texto demandará alguna
interpretación especial, ya que la mayoría de ellos serán claros para la gente
de inteligencia normal.
Algunos textos han de requerir
una interpretación sólo para los que hayan tenido una preparación limitada.
Para tales personas el intérprete verá necesario explicar algunos hechos que
otros ya conocen.
O bien, puede ser necesario
solamente simplificar su lenguaje. Otros textos serán difíciles para la gran
mayoría, y todavía otros seguirán como misterios aun para los intérpretes más
peritos.
Las reglas de la hermenéutica
pueden compararse con una caja de herramientas. Cuando el maestro carpintero
comienza a construir una casa o un mueble, o a hacer alguna reparación, primero
considera los problemas que el proyecto presenta.
Luego escoge las herramientas
que cree que le han de ayudar más. Esto es exactamente lo que hace el
intérprete. Considera el problema o problemas presentados por el texto y luego
escoge las reglas que le parecen ser más indicadas para resolverlos.
En algunos casos el intérprete
verá que es necesario probar a manera de ensayo varias reglas antes de encontrar
aquella que mejor se aplica; algo así como el carpintero que usa el formón, el
cepillo y la lija, así como el martillo y el serrucho.[4]
1 Extractado de un
folleto editado en Denver en 1980.
2 A. Berkeley
Mickelsen, Interpreting the Bible (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans
Publishing Co., 1963), p. 16.
[1]de la Fuente, T. (1985). Claves de
interpretación
biblica - edición
actualizada: De la Fuente, Tomás
(14). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
[2]Reina Valera Revisada (1960). 1998 (2 P 3.15-16). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
3 Aunque los Rollos del
Mar Muerto son conocidos mejor por los textos bíblicos que se encontraron allí,
hay entre ellos algunos escritos no bíblicos. Estos incluyen las reglas de
disciplina de varias comunidades religiosas, salmos e himnos, y algunos
escritos apocalípticos. Aunque se han publicado algunos de los textos no
bíblicos, éstos casi no se pueden usar para el estudio del idioma.
[3]de la Fuente, T. (1985). Claves de
interpretación
biblica - edición
actualizada: De la Fuente, Tomás
(18). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
6 Hasta años recientes
cuando un católico romano interpretaba la Biblia de manera contraria a la
enseñanza oficial, dejaba de ser de los fieles, y no gozaba ya del privilegio
otorgado a aquellos que aceptaban el punto de vista de aquella iglesia. El
autor fue misionero en México desde 1942 al 1967 y vio el resultado de esta
actitud en algunos de sus amigos personales. Pero en 1962 el obispo de Cuernavaca
consiguió que esta regla dejara de aplicarse.
7 Tomado de la
“Introducción General” de la versión de la Biblia de Torres Amat, publicada por
Revista Católica, primera edición, 1946.
[4]de la Fuente, Tomás: Claves De Interpretación Biblica - Edición Actualizada : De La Fuente, Tomás.
El Paso, Texas : Casa Bautista de Publicaciones., 1985, S. 19
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