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domingo, 21 de abril de 2019

EL INTERPRETE BIBLICO


Para todo estudiante y maestro de la Biblia, dos preguntas son de gran importancia: ¿Qué dice la Biblia sobre algún asunto?, y ¿qué quiere decir la Biblia cuando lo dice?
La respuesta a la primera pregunta puede encontrarse por medio del estudio cuidadoso de la Biblia, o investigando en los libros de consulta indicados; o bien, haciendo las dos cosas. La segunda pregunta puede ser contestada en parte, leyendo el texto bíblico en una de las versiones recientes.
Los traductores han hecho un esfuerzo por hacer que el texto sea claro y al alcance del lector de poca preparación académica. Aun así, el significado de algún texto puede seguir siendo difícil por una de varias razones. De manera que esta segunda pregunta viene a ser la más importante de las dos. El estudio llamado “la interpretación bíblica” trata el asunto del significado del texto bíblico.
La necesidad de entenderlo data desde el tiempo del libro de Deuteronomio. En este libro Moisés repitió las leyes que Dios dio a Israel en el Sinaí, cuarenta años antes. Pero cuando las repitió, cambió la forma de muchas de ellas. Lo hizo, sin duda, para hacerlas más claras, incapaces de ser mal entendidas. La segunda redacción de la ley debe entenderse como la interpretación bíblica.
Quizá esta redacción fue el primer intento por interpretar las Escrituras. Siglos más tarde, el escriba Esdras y otros leyeron la ley de Dios en el texto hebreo para todo el pueblo: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8). La palabra “claramente” significa “con interpretación”.
La disciplina moderna de la interpretación bíblica, tal como se explica en muchos seminarios e institutos bíblicos, se ha reconocido como estudio científico sólo en siglos recientes. Tiene sus raíces en la historia del pueblo de Dios de hace miles de años.
Pero sólo en el siglo XVI Martín Lutero propuso una serie de reglas para guiar toda interpretación seria de la Biblia. Desde entonces esta ciencia ha crecido tanto que ahora demanda atención entre los otros estudios bíblicos y teológicos.

La interpretación bíblica se llama hermenéutica, palabra derivada de la voz griega hermenéuō, que significa interpretar. Como disciplina, incluye cualesquiera reglas necesarias para explicar el significado de algún texto literario; pero se aplica especialmente a la Biblia. Las reglas que ayudan a entenderla y explicarla, tomadas de cualquiera fuente, constituyen la materia de este estudio.
Si en la práctica aplicáramos esta descripción a la hermenéutica, tendríamos que incluir muchas cosas que propiamente no corresponden a ella. Al mismo tiempo, la hermenéutica reconoce la contribución de estos otros estudios, y trata de incluirlos en la preparación del intérprete.
El doctor Vernon C. Grounds, antes presidente del Seminario Teológico Bautista Conservador en Denver, Colorado, hizo la siguiente observación sobre la necesidad de estudiar las muchas materias que no corresponden directamente a la hermenéutica:
Para interpretar y comunicar con pericia el Libro, el estudiante debe obrar recíprocamente con otros libros—libros sobre el hebreo, el griego, la arqueología, las misiones, la historia, la teología, la educación, el arte de aconsejar, la ciencia, la Homiletica, la literatura, la música—todas estas materias contribuyen al entendimiento de la Biblia y de las personas que necesitan su mensaje.1
Respecto al valor de conocer los idiomas originales, dice A. Berkeley Mickelsen:
“Si el estudiante no conoce el griego, el hebreo o el arameo, debe consultar un buen comentario (sobre los asuntos que puedan afectar el significado)”.2 Cuando el estudiante no tiene acceso a tal comentario, la mejor alternativa será leer el texto bíblico en varias traducciones para entender bien su sentido.
El intérprete debe esforzarse por aprender todo lo que pueda de las materias antes mencionadas. Sin embargo, la hermenéutica examina especialmente las reglas de interpretación relacionadas con las características del lenguaje humano; no importa si proceden de la literatura sagrada o secular.[1]

1. Recuerde que el contexto rige. Contexto quiere decir "lo que va con el texto". Para comprender el contexto, usted debe estar familiarizado con la Palabra de Dios. Una vez que haya sentado las bases sólidas de la observación, estará preparado para considerar cada versículo a la luz de:
    *  Los versículos anteriores y posteriores
    *  El libro en que se encuentra.
    *  Toda la Palabra de Dios
 Al estudiar, pregúntese: ¿Es mi interpretación de determinada sección de la Biblia consecuente con el tema, propósito  y estructura del libro en que se encuentra?  ¿Concuerda con lo que dicen otros pasajes bíblicos sobre el mismo tema, o hay una diferencia manifiesta?  ¿Estoy tomando en cuenta el contexto histórico y cultural de lo que se dice? Nunca saque un pasaje de su contexto para forzarlo a que diga lo que usted quiera que diga. Descubra lo que dice el autor; no agregue nada a lo que éste quiere decir.
 2. Siempre busque todo el consejo de la Palabra de Dios. Cuando conozca a fondo la Palabra de Dios, no aceptará una enseñanza sólo porque alguien haya usado uno o dos versículos aislados para respaldarla. Es posible que esos versículos se hayan sacado fuera de su contexto, o que se hayan pasado por alto otros pasajes importantes que habrían llevado  a una compresión diferente.  A medida que lea la Biblia con regularidad y en totalidad, y profundice en el conocimiento de todo el consejo de la Palabra de Dios, podrá discernir si una enseñanza es bíblica o no. Empápese de la Palabra de Dios; es su defensa contra la falsa doctrina.
* No haga una doctrina de un solo versículo de la Biblia 
3. Recuerde que la Biblia no se contradice. El mejor intérprete de la Biblia es la Biblia misma. Recuerde que toda la Escritura es inspirada por Dios. Por tanto, las Escrituras nunca se contradicen.
La Biblia contiene toda la verdad que pudiera necesitar para cualquier circunstancia de la vida. A veces, sin embargo, le pudiera resultar difícil conciliar dos verdades aparentemente contradictorias que aparecen en las Escrituras. Un ejemplo de esto sería el de las enseñanzas sobre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre.
Cuando se enseñan en la Palabra  dos o más verdades que parecen  estar en conflicto, recuerde que los seres humanos tenemos una mente finita. No lleve una enseñanza a un extremo al que no lo lleva Dios. Más bien humille su corazón en fe y crea lo que dice Dios, aun cuando de momento no pueda comprender o acomodar perfectamente lo que Él dice. 
* El mejor y único intérprete de la Biblia es la Biblia misma.
4. No base sus convicciones en un pasaje oscuro de las Escrituras. Un pasaje oscuro es uno cuyo significado no se puede entender con facilidad. Como es difícil entender estos pasajes aun cuando se empleen los correctos principios de interpretación, no se deben usar como base para establecer ninguna doctrina.
@ Pasaje oscuro es uno cuyo significado no se puede entender con facilidad.
@ No establezca una doctrina en uno de estos pasajes,  busque uno paralelo con más claridad.
5. Interprete las Escrituras literalmente. La Biblia no  es un libro místico. Dios nos habló para que conociéramos la verdad. Por lo tanto, tome la Palabra de Dios en sentido literal, es decir, en su sentido natural y normal. Busque en primer lugar la enseñanza clara de un pasaje, no un significado oculto. Comprenda y reconozca las figuras retóricas e interprételas como tales. Para lo cual estaremos estudiando en los temas siguientes, es decir, como interpretar las figuras literarias…
Considere lo que dice cada autor a la luz del estilo literario que emplea. Por ejemplo, se encontrarán más símiles y metáforas en la literatura poética y profética que en los libros históricos o biográficos. Interprete los pasajes de las Escrituras conforme a su estilo literario.
* Respetando el estilo literario del autor
* Interprete de acuerdo al estilo literario
* Los siguientes son algunos de los estilos literarios que se emplean en la Biblia: Históricos: Hechos; Proféticos: Apocalipsis; Biográfico: Lucas; Didáctico (de enseñanza): Romanos; Poético: Salmos; Epistolar (carta): 2 Timoteo; Sapiencial: Proverbios.
 6. Busque el significado único del pasaje. Al interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure entender lo que el autor tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para respaldar una idea que no se enseña con claridad en el texto. A no ser que el autor de un libro indique que hay otro significado en lo que dice, deje que el pasaje hable por sí mismo.  Al interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure entender lo que el autor tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para respaldar una idea que no se enseña con claridad en el texto. A no ser que el autor del libro indique que hay otro significado en lo que dice, deje que el pasaje hable por sí mismo.
Cuídese del subjetivismo: Póngase en el lugar del autor.
Cuando interpretamos las escrituras podemos cometer el error de decir mucho mas de la idea natural del texto; querer acentuarla, pero exagerando cosas que al autor nunca se le ocurrieron decir, todo por ignorar el contexto del libro. Esto lo podemos llamar hiperbolizar las escrituras exagerando lo que el autor dice, o alegorizar que es pretender adornar lo que el autor dice en la palabra.
SUBJETIVISMO: (El Intérprete se vuelve el autor)
Sí, pero yo creo, a mi me parece, yo siento, fulano de tal dice, mi denominación afirma, mi religión cree... cuando una persona tiene estas afirmaciones me da la impresión de que no está seguro de lo que la palabra de Dios dice, por lo tanto llegan a cometer o decir herejías.
Como pasarle al autor original por encima, ignorar la situación del autor y de los primeros destinatarios, y literalmente confundir interpretación con aplicación y DECIR LO QUE NOS DA LA GANA.
El principal riesgo de realizar una mala hermenéutica es el de comenzar a formular doctrinas erróneas, justamente por la falta de conocimiento en los principios de interpretación bíblica según lo que dice. 2 Pedro 3:15Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.[2]
 No debemos olvidar también que la palabra de Dios no es de propia interpretación, "Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie" 2 Pedro 1:20 (NVI)
Cada idioma tiene sus propias expresiones que no se prestan para la traducción literal en otros idiomas. Los modismos, los proverbios, las singularidades gramaticales y las referencias a las costumbres o circunstancias locales, pueden causar dificultades para el intérprete cuyo idioma no sea el hebreo o el griego.
Aun para los que hablan uno de estos idiomas, algunos usos especiales pueden ser difíciles de entender. Cuando tratamos de explicar la Biblia nos enfrentamos con un grupo de problemas especiales. Algunos de éstos se deben a que la Biblia fue escrita en otra época, separada de la nuestra por miles de años.
La parte del mundo donde sucedieron los eventos registrados está separada de nuestro mundo por un océano y un continente. Dos de los idiomas en que fue escrita fueron por mucho tiempo lenguas muertas. No pertenecen a la familia de lenguas romances, es decir derivada del Latín. El hebreo, el arameo y el griego tienen poca conexión con el español.
Cuando empezamos a estudiar el hebreo, vemos que ésta hace uso de un alfabeto extraño y que se escribe desde la derecha hacia la izquierda, y en un principio tenía solamente una o dos vocales escritas. En años posteriores le fueron añadidas algunas marcas especiales llamadas puntos vocálicos.
Estos se componen de puntitos, rayas... Generalmente no tenemos literatura en hebreo sino el Antiguo Testamento. Los escritos apócrifos, los rollos del Mar Muerto y unos pedacitos de ollas rotas son casi todo lo que existe.3
Nuestros estudios del hebreo tienen que ser basados en el texto bíblico. Aun los israelíes modernos tuvieron que estudiarlo de la misma manera, con la ayuda de eruditos que hablaban el idioma. El caso del griego del Nuevo Testamento es muy diferente. Se había hablado el griego anterior al siglo IV antes de Cristo, sin interrupción.
El griego del Nuevo Testamento es entendido entre los que tienen una amplia educación en aquel idioma. Mientras que los hebreos nos dejaron muy pocas copias de sus Escrituras, hay cientos de manuscritos del griego popular de la época del Nuevo Testamento. Aunque la mayor parte de los manuscritos que existen hoy fueron escritos en pergamino, todavía se encuentran algunos fragmentos hechos en el frágil papiro. En la primera parte del siglo XVIII, se descubrieron en Egipto algunos documentos importantes, escritos en papiro. Estos se habían conservado como por accidente en la atmósfera árida de aquel país. Estos papiros han arrojado mucha luz sobre las características del griego popular de aquellos tiempos, conocido hoy como el griego koiné (común, o popular).
Sin embargo, estos papiros no contienen ningún manuscrito del Nuevo Testamento. Los papiros son de dos clases: obras literarias y documentos, tanto particulares como oficiales. Los estudios del koiné han aumentado mucho nuestro conocimiento del Nuevo Testamento.
Por estas razones el estudio del griego está mucho más al alcance del estudiante que el hebreo. También es de más valor para la mayor parte de los que estudian la Biblia. Sin embargo, el acceso a la información acerca de los dos idiomas es básico para el intérprete. Además, no queremos pasar por alto las partes de las Escrituras escritas en arameo. Este idioma se estudia como parte del hebreo, porque era un dialecto muy usado en el Medio Oriente desde los principios de la historia de Israel.
Si reconocemos que el estudio de la hermenéutica es necesario para entender bien la Biblia, podemos ver también que una interpretación adecuada está al alcance de aquel que quiere esforzarse por aprender sus reglas y ser diligente en su aplicación. Pero requiere que el intérprete mismo comience su trabajo siendo preparado para él espiritualmente.
En este punto muchos católicos romanos difieren de los cristianos evangélicos. Aquella iglesia reserva para sí el derecho exclusivo de interpretar las Escrituras. Los teólogos romanistas pretenden que la Iglesia verdadera del Señor Jesucristo es la que ellos sirven. Por esta razón, creen que sólo ellos poseen el Espíritu Santo, con la ayuda del cual puedan interpretar las Escrituras.[3]
En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, y, en realidad, de cualquier libro que sea, debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son cosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias.
Todos esos defectos, y aun cualquiera de ellos, inutilizan al que los sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito especial del intérprete es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de tomar el pensamiento de su autor y sentir, de una mirada, toda su fuerza y significado.  A esa rapidez de percepción debe ir unida una amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el intento de las palabras y frases sino también el designio del argumento.
Es obvio que en la labor del exegeta influyen multitud de factores. Consciente o inconscientemente, el intérprete actúa bajo la acción de condicionantes filosóficos, históricos, psicológicos e incluso religiosos, los cuales, inevitablemente, colorean la interpretación. Esto sucede no sólo en la interpretación de un texto, sino también en la de hechos históricos o de formas de pensamiento. Como indica Bemard Ramm, «la disposición subjetiva de un erudito pesa abrumadoramente sobre él en su exégesis.
A partir de Bultmann, la cuestión de una exégesis libre de presuposiciones ha adquirido gran relieve. No sólo se afirma que tal tipo de exégesis es imposible, sino que las presuposiciones mismas son vistas como una necesidad primordial, lo que da lugar a peligrosos equívocos. Ciertamente no se espera que el exegeta acceda al texto en actitud de absoluta neutralidad o despreocupación.
Hasta cierto punto, las presuposiciones, la «pre-comprensión » o comprensión previa preconizada por Bultmann, pueden ser convenientes para enjuiciar de modo fructífero determinados fenómenos. La historia, por ejemplo, únicamente puede ser comprendida cuando se presuponen unas perspectivas específicas.
Pero es un grave error asegurar que el intérprete moderno sólo puede entender la Biblia sobre la base de sus propias ideas previas. Como lo sería renunciar a un examen crítico de los factores subjetivos que pueden influir en la tarea hermenéutica con efectos distorsionadores sobre el auténtico significado del texto. Cuando las presuposiciones, filosóficas o teológicas, adquieren rango de árbitros, cuando su peso es decisivo, entonces la interpretación objetiva es imposible. El racionalista interpretará todo lo sobrenatural negando la literalidad de la narración y atribuyéndole el carácter de leyenda o de mito. El existencialista prescindirá de la historicidad de determinados relatos y acomodará su interpretación a lo que en el texto busca: una mera aplicación adecuada a su situación personal aquí y ahora.
El dogmático católico, protestante u ortodoxo griego interpretará la Escritura de modo que siempre quede a salvo su sistema doctrinal. Aun los creyentes más deseosos de ser fieles a la Palabra de Dios pueden caer y con harta frecuencia caen en este error, víctimas de las ideas teológicas prevalecientes en su iglesia. Esto sucede sin que el propio intérprete se percate de ello. Apropiándonos una metáfora de R. E. Palmer, estamos inmersos en el medio de la tradición, que es transparente para nosotros, y por lo tanto invisible, como el agua para el pez.
Se han adoptado a menudo dos modos dispares de acercarse a la Biblia: el que podríamos llamar devocional o pietista y el racionalista. El primero nos lleva al texto en busca de lecciones espirituales que puedan aplicarse directa e inmediatamente y está presidido no por el afán de convencer el pensamiento del escritor bíblico, sino por el deseo de derivar aplicaciones edificantes. Es el que distingue a algunos comentarios y a pocos predicadores. El racionalista, con toda su diversidad de tendencias, analiza la Escritura sometiéndola a la presión de prejuicios filosóficos. De este modo muchos textos son gravemente tergiversados. Tanto en un caso como en el otro, se da poca importancia al significado original del pasaje que se examina. No se investiga lo que el autor quiso expresar. En ambos falta el rigor científico. El exegeta debe estar mentalizado y capacitado para aplicar a su estudio de la Biblia los mismos criterios que rigen la interpretación de cualquier composición literaria. El hecho de que tanto en la Biblia como en su interpretación haya elementos especiales no exime al intérprete de prestar la debida atención a la crítica textual al análisis lingüístico, a la consideración del fondo histórico y todo cuanto pueda contribuir a aclarar el significado del texto (arqueología, filosofía, obras literarias más o menos contemporáneas…

Pero no basta la posesión de conocimientos relativos a la labor exegética. El intérprete ha de saber utilizarlos científicamente, poniendo a contribución un recto juicio, agudeza de discernimiento, independencia intelectual y disciplina mental que le permitan analizar, comparar, sopesar las razones en pro y en contra de un resultado y avanzar cautelosamente hacia una interpretación aceptable.
Bernard Lonergan, refiriéndose a la importancia de estas cualidades, llega a la siguiente conclusión: «Cuanto menor sea la experiencia, cuanto menos cultivada la inteligencia, cuanto menos formado el juicio, tanto mayor será la probabilidad de que el intérprete atribuya al autor una opinión que el autor jamás tuvo.
Esta cualidad es inherente al interprete.
Cuanto más se amplía el círculo de lo sabido, mayor aparece el de aquello que aún queda por descubrir. Y aun lo que se da por cierto ha de mantenerse en la mente con reservas, admitiendo la posibilidad de que nuevos descubrimientos o investigaciones más exhaustivas obliguen a rectificaciones. En el campo científico nunca se puede pronunciar la última palabra.
Esto es aplicable a la interpretación, por lo que todo exegeta debe renunciar aun a la más leve pretensión de infalibilidad. En la práctica, no es sólo la Iglesia Católica la que propugna la inherencia de su magisterio.
También en las iglesias evangélicas hay quienes se aferran a sus ideas sobre el significado del texto bíblico con tal seguridad que ni por un momento admiten la posibilidad de que otras interpretaciones sean más correctas.
A veces ese aferramiento va acompañado de una fuerte dosis de emotividad y no poca intolerancia, características poco recomendables en quien practica la exégesis bíblica.
Quien se encastilla en una tradición exegética, sin someter a constante revisión sus interpretaciones, pone al descubierto una gran ignorancia, tanto en lo que concierne a las dimensiones de la Escritura como en lo relativo a las limitaciones del exegeta. La plena comprensión de la totalidad de la Biblia y la seguridad absoluta de lo atinado de nuestras interpretaciones siempre estará más allá de nuestras posibilidades.
Por supuesto, la prudencia en las conclusiones no significa que el proceso hermenéutico, al llegar a su fase final, no haya de permitir sentimientos de certidumbre. Después de un estudio serio, imparcial, lo más objetivo posible, la interpretación resultante debe mantenerse con el firme convencimiento de que es correcta, a menos que dificultades in-superadas del texto aconsejen posturas de reserva y provisionalidad. En cualquier caso, ha de evitarse el dogmatismo, admitiendo siempre la posibilidad de que un ulterior estudio con nuevos elementos de investigación imponga la modificación de interpretaciones anteriores.
Obviamente, quien sólo vea en la Biblia un conglomerado de relatos históricos, textos legales, normas litúrgicas, preceptos morales, composiciones poéticas y fantasías apocalípticas, es decir, un conjunto de libros comparables a otros semejantes de la literatura universal, pensará que puede proceder a su interpretación sin otros requisitos que los ya apuntados.
Pero aun el lector neutral, si es objetivo, admite que en muchos aspectos la Biblia es una obra única y que es razonable la duda en cuanto a la suficiencia de requisitos ordinarios para su interpretación. Si nos situamos en el plano al que la propia Escritura nos lleva, es decir, el plano de la fe, encontramos en ella la Palabra de Dios, siempre dinámica, rebosante de actualidad. Por eso sus páginas son mucho más que letra impresa. A través de ellas llega a nosotros la voz de Dios. De ahí que el intérprete de la Biblia necesite unos requisitos adicionales de carácter especial.
La mente, los sentimientos y la voluntad de exegeta han de estar abiertos a la acción espiritual de la Escritura. Ha de establecerse una sintonía con el mensaje que la Biblia proclama. En palabras de Gerhard Maier, «la exposición de la Escritura exige del expositor una con genialidad espiritual (Geisterverwandschait} con los textos»." La carencia de sensibilidad religiosa incapacita para captar en profundidad el significado de los pasajes bíblicos. Si alguien objetara que tales afirmaciones otorgan a la subjetividad del intérprete un lugar contrario a la objetividad científica, que antes hemos propugnado, mostraría un concepto muy pobre de lo que es la verdadera interpretación. Aun tratándose de obras que no sean la Biblia, la falta de compenetración entre autor e intérprete merma la calidad de la obra de éste.
¿Qué valor tendría, por ejemplo, el juicio crítico de quien, carente de la sensibilidad religiosa de Juan Sebastián Bach, opinara sobre sus composiciones? ¿Sería posible una apreciación adecuada de los cuadros de Van Gogh sin establecer un nexo psicológico con su vida interior?
En toda labor exegética se debe ahondar en el espíritu que hay detrás del texto. En el caso de la .Biblia, se trata de descubrir lo que había en la mente y en el espíritu de sus autores. Esto logrado, se advierte en ellos la presencia del Espíritu de Dios. Tal es la razón por la que el intérprete ha de estar poseído del Espíritu Santo y ser guiado por El. Esta necesidad se acrecienta debido a que la caída en el pecado ha tenido en la mente humana efectos negativos que hacen prácticamente imposible la comprensión de la verdad divina. Como escribiera Pablo, «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente» (1 Ca. 2: 14).
Por eso es necesario haber tenido la experiencia que en el Nuevo Testamento se denomina nacimiento del Espíritu (Jn.3:5,6), la cual proporciona unas posibilidades de percepción espiritual antes inexistentes. Sólo el creyente puede ahondar en el verdadero significado de la Escritura porque el mismo Espíritu que la inspiró realiza en él una obra de iluminación que le permite llegar, a través del texto, al pensamiento de Dios. Así lo reconoce Pablo cuando, hablando de las maravillas de la revelación, afirma: «Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (l Ca. 2: 10).
El pensamiento de Pablo sobre este punto fue enfatizado por Calvino y ha sido mantenido como principio básico de la hermenéutica evangélica hasta nuestros días. Tan importante es este requisito que, sin él, como afirma Henry Blocher, toda «pre-comprensión », a causa de los efectos del pecado en la mente, es «pre-incomprensión » La facultad de discernimiento espiritual del creyente ha de ser alimentada por una actitud de reverente dependencia de la dirección divina. Todo trabajo de exégesis debe ir de la mano con la oración. En el campo de la hermenéutica tiene perfecta aplicación el aforismo bene orasse est bene studuisse (orar bien es estudiar bien). El exegeta, más que cualquier simple lector de la Biblia, habría de hacer suya la súplica del salmista: «Señor, abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley» (Sal. 119:18).  Conviene recordar, sin embargo, lo que ya hemos destacado antes, que la acción iluminadora del Espíritu Santo no ahorra al intérprete cristiano el esfuerzo hermenéutico.
Tampoco lo preserva de la posibilidad de caer en errores. El don de la infalibilidad no se cuenta entre los dones con que Dios ha querido enriquecer a su pueblo. Así, pues, la realidad del Espíritu Santo debe ser un estímulo no para elaborar sistemas dogmáticos cerrados, sino para ahondar incansablemente en el significado de los textos bíblicos, modificando nuestras interpretaciones anteriores siempre que una mejor comprensión nos lleve a ello.
El verdadero intérprete de la Biblia no se limita al estudio frío de sus páginas como si efectuase un trabajo de laboratorio. Por grande que sea su erudición, ésta no es suficiente para hacer revivir el espíritu y el propósito originales de la revelación.
Tampoco basta una actitud pietista, pero desencarnada, hacia la Palabra de Dios. Si, como ya hemos hecho notar, la Biblia es el vehículo que Dios usa para llegar al hombre y hablarle, el lector mucho menos el intérprete- no puede desentenderse de lo que Dios le dice. El mensaje bíblico ha de hallar en él una resonancia interior y ha de influir decisivamente en su vida.
La comprensión de la Palabra de Dios lleva inevitablemente al compromiso con Dios, a la decisión de aceptar lo que Él ofrece y darle lo que exige, a hacer de su verdad nuestra verdad, de su voluntad nuestra voluntad y de su causa nuestra causa.
Así lo entendieron los reformadores del siglo XVI. Para Lutero, la exposición de la carta a los Romanos y de otros libros de la Biblia, no fue un mero trabajo propio de su labor docente.
Constituyó una fuerza colosal que, a la par que transformó radicalmente su vida, cambió el curso de la historia de la Iglesia y del mundo.
Únicamente una acción comprometida, de identificación práctica con el texto que se interpreta, puede extraer de éste la plenitud de su significado. Lo que algunos pensadores han opinado sobre la investigación histórica tiene aplicación, con mayor razón, a la investigación bíblica.
La historia no puede ser estudiada con efectividad de modo absolutamente imparcial. El discutido Paul Tillich tenía razón cuando sostenía que el ideal de limitarse a informar sobre los hechos sin ningún elemento de interpretación subjetiva es un «concepto cuestionable».
Si no existe unión entre el historiador y el material que interpreta no puede haber una verdadera comprensión de la historia. La tarea del historiador consiste en «revivir.», lo que, esta muerto. «Sólo el compromiso profundo con la acción histórica puede sentar las bases para la interpretación la historia. La actividad histórica es la clave para la comprensión de la historia. De modo análogo, podríamos decir que la «actividad» bíblica es la clave para la comprensión de la Biblia. En la medida en que el estudio de sus textos va acompañado de una acción consecuente en la teología, en el culto y en la conducta incluida su proyección social es factible una interpretación en profundidad que irá enriqueciéndose a medida que se vaya asumiendo su contenido.
Algunos teólogos evangélicos de nuestros días consientes de esta realidad y han empezado a dar mayor énfasis a las implicaciones prácticas de la hermenéutica. Con un enfoque contextual las realidades espirituales, culturales y socio-políticas de hombres y pueblos son tomadas seriamente en consideración a fin de interpretar la Escritura de modo comprensible y relevante. Pero la realización de este propósito pasa por la «encarnación» del mensaje bíblico, encarnación en la que deben asumirse los problemas, las inquietudes y las necesidades de aquellos a quienes se pretende comunicar la Palabra de DIOS. De esto se desprende otro requisito especial del exegeta bíblico.
En último término, la misión del intérprete es servir de puente entre el autor del texto y el lector. Entre el pensamiento de ambos media a menudo una gran sima que se debe salvar. Para ello no basta llegar a captar lo que el autor bíblico quiso expresar. La plenitud de significado sólo la descubrimos cuando acercamos el mundo del autor a nuestro mundo y viceversa.
A modo de ilustración, podemos pensar en los mensajes proféticos de Amós. Nuestra comprensión de sus denuncias de la injusticia y de la inhumanidad de sus contemporáneos no se agotará si nos limitamos a una mera exposición histórica de su ministerio y al análisis lingüístico de sus discursos.   En cambio, una toma de conciencia de los problemas sociales del mundo en que nosotros vivimos, dados los paralelos existentes entre la situación del profeta y la nuestra, no sólo hará más relevante el libro de Amós para el hombre de hoy, sino que nos proporcionará una visión más profunda y mucho más viva de lo que el profeta quiso decir. El contexto histórico del intérprete ha sido con frecuencia factor determinante de auténticos descubrimientos en la práctica de la exégesis.
Fue la angustia de Lutero, abrumado por la doctrina católica de las obras meritorias y la opresión espiritual de Roma impuesta a la cristiandad, lo que llevó al reformador alemán comprender el alcance grandioso del texto «el Justo por la fe Vivirá». Al descubrimiento de la justificación por la fe, seguirán otros que inducirían a Lutero, a la luz de una Biblia interpretada en un contexto personal nuevo, a una nueva formulación teológica.
Es este contexto histórico del momento presente en que está influyendo y abriendo nuevas perspectivas para la reconsideración de textos bíblicos olvidados o mal interpretados, Hay, en plena evolución hermenéutica, se recobra el concepto bíblico del hombre total.
Todo esto no significa que se esté sacando arbitrariamente de la Biblia lo que ésta no contiene o lo que sucede es que se están redescubriendo facetas del Evangelio que hablan quedado ocultas por tradiciones culturales y situaciones históricas diversas.
Tales redescubrimientos debieran proseguir siempre que fuera; necesario, siempre que antiguas o nuevas formulaciones teológicas, por incorrectas o incompletas, dejen de comunicar la Palabra de DIOS en respuesta a las preguntas y los clamores del, mundo.
Como sugieren los especialistas de nuestros días, la hermenéutica debe abrir un diálogo entre el pasado del autor bíblico y el presente del lector. Y como mediador en el dialogo esta el interprete, quien ha de recorrer una y otra vez el círculo hermenéutico, acercándose por un lado al texto y por otro a su propio contexto histórico, interrogando a ambos hasta llegar a discernir el verbo de Dios, significativo para los hombres de cualquier lugar o época.
En esta labor es llamado a perseverar el exegeta, abierto constantemente al mensaje, siempre viejo y siempre nuevo, de la Biblia, con el que nunca estaremos suficientemente familiarizados.
Juan 5:39-39. Así como para apreciar debidamente la poesía, la música, la pintura o el arte se requieren poseer un sentimiento especial hacia lo bello, lo poético y lo artístico, también es muy importante tener una disposición, aprecio y actitud especial para el estudio provechoso de la Biblia. Una persona irreverente, ligera, impaciente e imprudente, jamás podrá estudiar y entender un libro tan profundo y espiritual como la Biblia.
Una persona así juzgará el contenido de la escritura como un ciego distingue los colores; equivocadamente. Para estudiar y comprender la Biblia se necesita, por lo menos las siguientes disposiciones:
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová. Prov. 1: 7
Temer a Dios significa honrarlo, reverenciar a Dios, darle el lugar que le corresponde, tener un conocimiento correcto acerca de Dios y actuar conforme a ese concepto, en todo lo que tenga que ver con él. Solo conociendo a Dios personalmente es que se le puede honrar o temer; Quien conoce a Dios tiene temor de Dios, y quien tiene temor de Dios tiene abiertas las puertas de la sabiduría y el entendimiento, para así, comprender su Palabra.
La Biblia es la revelación del Omnipotente (todo poderoso), es el milagro permanente de Dios, es el código divino por el cual seremos juzgados algún día, es el Testamento firmado con la sangre de Cristo. Con todo lo que contiene y significa la Biblia, el hombre irreverente se hallara como el ciego ante el más bello paisaje, no lo apreciara ni valorará.
Estudie la Biblia con un sentido de humildad y reverencia, tenga siempre presente que lo que esta leyendo no es cualquier libro, es la misma Palabra del Dios que lo creo a usted y le da el aliento para vivir. Dice Jehová; miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. Isaías 66:2
La persona que es obstinada y terca nunca aprende; cuando alguien no esta dispuesto a hacer a un lado sus ideas personales o preferidas, dejar lo que antes le enseñaron, o piensa que sabe mucho, jamás aprenderá algo de la palabra de Dios.
 Cuando usted lea la Escritura, mantenga su mente abierta y libre de prejuicios, para recibir y aprender algo nuevo que tal vez usted entendía de otro modo; disponga su corazón a aceptar la enseñanza y la corrección haciendo a un lado cualquier idea que usted tenga contraria a lo que lee en la Biblia.
Antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito... Romanos 3:4 El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios... 1Corintios 2:14
El hombre por naturaleza no posee esa pasión, carece de un corazón deseoso de conocer la verdad al contrario huye de la verdad espiritual y abrasa con ansia la mentira y el error. Quien se acerca a la Biblia debe tener este deseo inmenso de conocer la verdad, aún cuando esta duela. Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación. 1 Pedro 2:1,2 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Mateo 5: 6
Tener una mente sana y libre de prejuicios e ideas extravagantes, es indispensable para todo el que quiera entender la Biblia. De vez en cuando en nuestro recorrido por las páginas de la Biblia, nos encontraremos con pasajes obscuros, textos difíciles de entender o simbólicos; el lector que tiene una mente fantasiosa o sin escrúpulos, llegara a las más ridículas conclusiones; distorsionando, torciendo, desviando y mal interpretando las Escrituras, dando rienda suelta a su imaginación o buscando respaldar con la Biblia sus propias ideas y conceptos personales. Es capaz hasta de forzar las Escrituras para que estas apoyen su manera de pensar, sus enseñanzas, o sus doctrinas.
Un ejemplo de esta clase de personas son los testigos de Jehová, los mormones, los de pare de sufrir, y uno que otro despistado de los que nunca faltan.
Jesús nos dejo el mandamiento de “escudriñar las escrituras”. La palabra escudriñar significa: estudiar con mucho cuidado, investigar con detalle, examinar minuciosamente; Buscar con mucho empeño, investigar con inmenso interés y deseo de aprender y alcanzar conocimiento. Utilizando nuestro lenguaje común, y expresado en términos conocidos para nosotros, este mandamiento de “escudriñar las escrituras”, según el significado de la palabra “escudriñar”, pudiera interpretarse diciendo que es buscar como que se me ha perdido algo. La lectura constituye el fundamento de todo aprendizaje; se dice que: “si sabes leer, puedes aprender cualquier cosa”. Por esto, quien quiera estudiar la Biblia, tendrá que adquirir la capacidad de leer bastante, y la disciplina de hacerlo constantemente.
El estudio Bíblico es esencial para crecer en conocimiento y aprender más de Dios, y todo lo que tenga que ver con él. La práctica de leer en forma regular las escrituras es lo que lleva al lector a convertirse en estudiante; que es precisamente lo que Cristo quiso decir con eso de “escudriñad las escrituras”. La lectura diaria de la Biblia es para la vida espiritual, lo que el alimento diario para la vida física. Así como necesitamos comer diariamente para mantener el nivel de energía, también el hombre espiritual ha de alimentarse en forma regular con la Palabra de Dios. Fijar una hora determinada para estudiar todos los días y sujetarse a ella fielmente es un requisito indispensable, ya que las buenas intenciones por si solas muy pocas veces se realizan; el ser disciplinado en la lectura y estudio de la Biblia nos evitara de ser lectores ocasionales, lo cual trae muy pocos beneficios.
Aparte de la necesidad de tener al Espíritu Santo para interpretar bien la Biblia, es evidente la verdad de que existe una capacidad universal de captar su mensaje; bien que esta verdad parece contradictoria.
Es verdad que el propósito de Dios es que toda la gente ponga atención a su mensaje, aun antes de creerlo. Los evangélicos creemos que toda la gente tiene no solamente el derecho de leer y entender la Biblia para sí, sino que es su obligación delante de Dios leerla y entenderla lo mejor que puedan. Generalmente, esta obligación abarca la de leerla personalmente y estudiarla, siempre que el individuo pueda hacerlo. Es decir, que toda persona que tenga acceso a un ejemplar de la Biblia, y que sepa leer, está obligada a hacerlo.
Esta verdad no elimina la necesidad de tener maestros en la iglesia. La Biblia no fue escrita para guiar sola a la iglesia sin tener a nadie que la enseñe. Tampoco pretendemos que todo laico deba instruirse con ella sólo y completamente, independientemente de los demás creyentes.
En primer lugar, es dudoso que ningún cristiano pueda recibir toda la instrucción necesaria sin que otros le ayuden. En segundo lugar, ninguna instrucción humana es completa ni perfecta; el único Maestro perfecto es Jesús mismo. Y en tercer lugar, el Espíritu Santo escoge a ciertos individuos para ser maestros de la Palabra de Dios y les ayuda a llevar a cabo su obra por medio de los dones necesarios del Espíritu.
Pero la razón más evidente por qué toda persona debe de leer la Biblia y entenderla para sí misma, es que la Biblia lo enseña en lenguaje inequívoco: Escudriñad las Escrituras (Jn. 5:39). Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hch. 17:11). Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos (1Tes. 5:27).
Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2Tim. 3:15–17).  El principio de la libertad expresado en estos textos, fue proclamado al comienzo de la Reforma con el nombre de “Libre Examen” (de las Escrituras). Toda confesión evangélica lo afirma o lo da por sentado. En un espíritu contrario, la Iglesia Católica Romana sólo permite la lectura de la Biblia “a los fieles”.6
Los que se oponen al “libre examen” con frecuencia tuercen el significado de la frase. Dicen que este principio consiste en el derecho de interpretar libre y particularmente según “las ideas, pasiones y prejuicios” del lector, o según la “inspiración individual”.7 Sin embargo, el principio se llama “Libre Examen”, no “Libre Interpretación”. La libertad que declara existe para todo individuo porque Dios se la ha dado, y porque nadie tiene la autoridad de prohibirle que lea las Escrituras, ni de tener señorío sobre su fe (2 Co. 1:24). La libertad que gozamos es con respecto a otras personas. Pero con respecto a Dios, cada lector está obligado a examinar la Biblia para sí mismo. Al mismo tiempo, no tiene la libertad de interpretarla según su propio gusto. Pedro lo dijo claramente:
Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque… [En estas profecías] los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2Pe. 1:20, 21). La Palabra de Dios tiene el significado que Dios le dio, y los hombres deben procurar entenderla según él quiso en un principio.
La responsabilidad personal
La libertad de leer y entender la Biblia lo mejor que pueda uno, no debe tomarse ligeramente; porque cada uno de nosotros responderá y  dará cuenta por sí mismo delante del trono de Cristo (2 Co. 5:10). Cada maestro debe enseñar con cuidado.
Si alguno ha sido falso en el manejo de la Palabra de Dios, recibirá mayor condenación (Santiago. 3:1). Los evangélicos enseñamos que la ciencia de la hermenéutica bíblica requiere la interpretación reverente, dada en el temor de Dios y guiada por el Espíritu Santo; porque él es nuestro Maestro divinamente nombrado para serlo (Jn. 14:26).
Como creyentes cristianos dedicados al fiel manejo de la Palabra de Dios, nos vemos obligados a aprender las reglas de interpretación para desempeñar el ministerio al cual Dios nos ha llamado, lo mejor que sepamos.
Al hacerlo, gozamos de la iluminación y de la ayuda del Espíritu de Dios. No debe de haber duda sobre este punto, porque realmente tenemos su presencia en virtud del don del Espíritu desde cuando nacimos de nuevo.
Si algún alumno o maestro piensa que puede sacar conclusiones satisfactorias solamente después de dominar completamente esta materia, debe recordar que el Espíritu Santo es su maestro y guía. Aun cuando el lector no sea un gigante intelectual, esto tiene poco que ver con su capacidad de sacar algunas conclusiones correctas por medio de su lectura de la Biblia.
Hasta el lector más humilde normalmente goza de la iluminación del Espíritu mientras lee. Algún texto que no había entendido antes, de repente está iluminado. O algún otro pasaje, poco comprendido, puede brillar con nuevo significado por medio de la ayuda del Espíritu que vive en él.
Todo esto no indica que el alumno no debe aplicarse al estudio. El estudiante descuidado o moroso no debe contar con la ayuda divina como para pasar por alto el estudio diligente que Dios ha ordenado para su progreso en las Escrituras.
La aplicación de las reglas
Aquí debemos indicar que no toda regla de interpretación tendrá aplicación en todos los casos. Las varias reglas deben aplicarse sólo cuando juzga que puedan resolver un determinado problema.
Juntas todas las reglas formarán parte del equipo intelectual con el que puede interpretar el texto bíblico. Claro es que la pericia del intérprete ha de afectar su interpretación de algún texto; pero no con respecto a la originalidad que muestra, sino en el cuidado con que aplica sus conocimientos.
No todo texto demandará alguna interpretación especial, ya que la mayoría de ellos serán claros para la gente de inteligencia normal.
Algunos textos han de requerir una interpretación sólo para los que hayan tenido una preparación limitada. Para tales personas el intérprete verá necesario explicar algunos hechos que otros ya conocen.
O bien, puede ser necesario solamente simplificar su lenguaje. Otros textos serán difíciles para la gran mayoría, y todavía otros seguirán como misterios aun para los intérpretes más peritos.
Las reglas de la hermenéutica pueden compararse con una caja de herramientas. Cuando el maestro carpintero comienza a construir una casa o un mueble, o a hacer alguna reparación, primero considera los problemas que el proyecto presenta.
Luego escoge las herramientas que cree que le han de ayudar más. Esto es exactamente lo que hace el intérprete. Considera el problema o problemas presentados por el texto y luego escoge las reglas que le parecen ser más indicadas para resolverlos.
En algunos casos el intérprete verá que es necesario probar a manera de ensayo varias reglas antes de encontrar aquella que mejor se aplica; algo así como el carpintero que usa el formón, el cepillo y la lija, así como el martillo y el serrucho.[4]



1 Extractado de un folleto editado en Denver en 1980.
2 A. Berkeley Mickelsen, Interpreting the Bible (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1963), p. 16.
[1]de la Fuente, T. (1985). Claves de interpretación biblica - edición actualizada: De la Fuente, Tomás (14). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
[2]Reina Valera Revisada (1960). 1998 (2 P 3.15-16). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
3 Aunque los Rollos del Mar Muerto son conocidos mejor por los textos bíblicos que se encontraron allí, hay entre ellos algunos escritos no bíblicos. Estos incluyen las reglas de disciplina de varias comunidades religiosas, salmos e himnos, y algunos escritos apocalípticos. Aunque se han publicado algunos de los textos no bíblicos, éstos casi no se pueden usar para el estudio del idioma.
[3]de la Fuente, T. (1985). Claves de interpretación biblica - edición actualizada: De la Fuente, Tomás (18). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
6 Hasta años recientes cuando un católico romano interpretaba la Biblia de manera contraria a la enseñanza oficial, dejaba de ser de los fieles, y no gozaba ya del privilegio otorgado a aquellos que aceptaban el punto de vista de aquella iglesia. El autor fue misionero en México desde 1942 al 1967 y vio el resultado de esta actitud en algunos de sus amigos personales. Pero en 1962 el obispo de Cuernavaca consiguió que esta regla dejara de aplicarse.
7 Tomado de la “Introducción General” de la versión de la Biblia de Torres Amat, publicada por Revista Católica, primera edición, 1946.
[4]de la Fuente, Tomás: Claves De Interpretación Biblica - Edición Actualizada : De La Fuente, Tomás. El Paso, Texas : Casa Bautista de Publicaciones., 1985, S. 19

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