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lunes, 20 de mayo de 2019

REGLAS DE INTERPRETACION BIBLICA






REGLAS DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA

Lo primero que nada, debemos entender que uno viene a la Biblia para que por medio de ella descubramos lo que Dios está comunicando a nosotros. No debemos imponer en ella nuestras interpretaciones, pensamientos, y conclusiones preformadas, que es por lo general como nos acercamos a la Biblia. La característica más importante que se requiere para un intérprete bíblico es que sea un buen estudiante, lo que quiero decir es que aprende de Dios y la Biblia, por medio del Espíritu Santo quien nos guía en el proceso de encontrar las respuestas de Dios en su palabra, y no debemos tratar de imponer nuestros conceptos en sus enseñanzas y predicaciones. Para evitar esto vamos a conocer las principales reglas de interpretación.




REGLA 1. OBSERVACIONES GENERALES EN ORDEN DE LENGUAJE BÍBLICO


La Biblia fue escrita en hebreo, arameo y griego; tres idiomas que tienen estructuras y modismos muy diferentes de los nuestros. Por tal razón debemos considerar que la mayoría de errores de interpretación, se deben al desconocimiento de los modismos propios de los idiomas en los que fue escrita la Biblia, un claro ejemplo lo vemos en el libro titulado Hermenéutica de Henry A. Virkler, en el que nos narra que “si fuéramos a traducir la frase inglesa "I love to see old Glory paint the breeze" al español sin reconocer la presencia de los modismos "Old Glory" y "paint the breeze". Traducida al pie de la letra diría: "Me encanta ver la Vieja Gloria pintar la brisa". Sin embargo, una traducción con sentido sería: "Me gusta ver la bandera norteamericana tremolar al viento." "Old Glory" se refiere a la bandera de los Estados Unidos, y "paint the breeze" quiere decir "ondular al toque de la brisa". Lo mismo puede suceder al traducir frases como "endureció Dios el corazón de Faraón", que es un modismo hebreo que significa en ese idioma algo distinto de lo comunicado por la traducción literal.”


Cada cultura adquiere expresiones idiomáticas que es muy conocido dentro de su propio contexto, cuestiones acerca de la vida, de las circunstancias, de la naturaleza, del universo, de costumbres. La función del intérprete, por ende consiste en transmitir un mensaje de forma válida de una cultura a otra, es decir, debemos primero entender qué significa esa palabra o esa expresión dentro del contexto del autor, para a así poder aplicarlo a nuestro contexto.





La hermenéutica es necesaria, para que podamos entender los abismos que existen tanto en el ámbito, cultural, histórico y lingüístico que no nos permiten tener una exacta interpretación de la Palabra de Dios. Muchos no les gusta realizar una interpretación a fondo de la Escritura, ya que esta exige un ponderado conocimiento de las lenguas en que sus libros fueron escritos, pues ninguna traducción puede expresar toda la plenitud de matices de los textos originales. Los grandes exegetas bíblicos son definitivamente verdaderos lingüistas que dominan el hebreo, el arameo y el griego.



Gracias a la tecnología ya no se precisa ser tan especialista en filología semítica o clásica, pero si es muy importante que tengamos conocimientos en los idiomas bíblicos, puesto que nos ayudarán en el momento de traducir o interpretar. existen muchas herramientas herramientas que usted las puede conocer haciendo clic aqui



El idioma hebreo, esta lengua está escrito todo el Antiguo Testamento, con excepción de algunas porciones escritas en arameo (Esd. 4:8-6:18; 7: 12-26' Jer. 10:11 y Dn. 2:4b-7:28). Pertenece el hebreo al grupo de lenguas semitas, más concretamente a la rama cananea, lo que explica su estrecha relación con las lenguas y gramática, fenicia, moabita y edomita. Se distingue por su plasticidad. El pensamiento hebreo no era abstracto, como el de los griegos, sino concreto. Lo inmaterial a menudo se expresa por medio de lo material; el sentimiento, mediante la acción, y la acción, mediante el instrumento. De ahí el uso frecuente de antropomorfismos. Estas expresiones y muchas otras análogas no son meras metáforas, propias del lenguaje poético en cualquier literatura.



Para los israelitas tenían un significado más literal que para nosotros, ya que ellos no hacían una distinción absoluta entre la naturaleza animada y la inanimada. El mundo natural constituye un todo del que el hombre forma parte (mire Sal. 104:23 a la luz del contexto). En el pensamiento hebreo, el hombre se «naturaliza » y la naturaleza se «personifica». Quizá ello explica que en hebreo no exista el artículo neutro.



Por otro lado, la diferencia entre prosa y poesía no es tan marcada como en otras lenguas, pero la prosa contiene muchas de las cualidades poéticas. Esto debe ser tomado en consideración al interpretar textos del Antiguo Testamento; sobre todo en el momento de decidir sobre la literalidad de un pasaje. Las primeras particularidades que llaman la atención y que distinguen al hebreo de las lenguas indoeuropeas, es que los textos escritos se leen de derecha a izquierda y del final hacia el principio y que todas sus letras son consonantes. Esta última característica llegó a originar problemas en el transcurso del tiempo. En el periodo inter-testamentario el hebreo fue sustituido por el arameo como lengua del pueblo. Pese a ello, la pronunciación de los textos sagrados era cuidadosamente preservada y transmitida de generación en generación en las sinagogas y escuelas rabínicas, Llegó, sin embargo, el momento en que, a causa de serias discrepancias originadas en sectas del judaísmo (la de los karaítas principalmente), se hizo apremiante la necesidad de fijar de modo definitivo la pronunciación tradicional.



Para conseguir tal propósito, los masoretas judíos introdujeron en sus textos signos que se colocaban encima, dentro o debajo de las consonantes para indicar las vocales. No se sabe a ciencia cierta en qué momento histórico se inició esta labor; pero es evidente que se desarrolló a partir del siglo VI d. de C. -siguiendo el ejemplo de los gramáticos sirios- y se completó en el siglo VIII. Hubo tres sistemas de vocalización: el babilónico, con signos supra-lineales; el palestinense, con signos predominantemente infra-lineales, y el tiberiense. El generalmente usado en los textos impresos del Antiguo Testamento es el último, adoptado y minuciosamente elaborado por los masoretas de la escuela de Tiberias.



Era tan exacto que no sólo indicaba las vocales, sino también su prolongación, su tono, su intensidad gutural…, lo que daba al sistema un valor superior al de las vocales normales de muchas otras lenguas. Su rostro prevaleció en las escuelas y en las sinagogas, si bien no puede asegurarse que correspondiera exactamente a la pronunciación del antiguo hebreo. Otra peculiaridad de esta lengua es que, a pesar de que ya en sus primeras inscripciones las palabras aparecen separadas por un punto, tal separación es más bien irregular en los manuscritos del Antiguo Testamento de fechas tempranas. Esa es la razón por la que algunas versiones difieren a menudo en sus apreciaciones relativas a esa cuestión. Asimismo carecía el hebreo de puntuación, lo que lógicamente también era motivo de numerosas dudas. Para obviar esta dificultad, así como la debida a la irregularidad en la separación de las palabras, los masoretas establecieron igualmente signos adecuados para la lectura correcta del texto.



El vocabulario del hebreo bíblico se distingue por su limitación, que contrasta con la riqueza de términos de las lenguas europeas. Es particularmente notable la escasez de adverbios, adjetivos y nombres abstractos, deficiencias que se suplen mediante frases preposicionales y verbos auxiliares, por la aposición de genitivos descriptivos y por medio de otros recursos gramaticales. La gramática hebrea no se ajusta a la estructura de las lenguas greco-latinas. Es la propia del tipo semítico. Las palabras pertenecen a tres clases de categorías: nombres, que indican realidades concretas o abstractas; verbos, que expresan acción, y partículas, que señalan los diversos tipos de relación entre nombres y verbos. Los nombres, que incluyen los adjetivos y los pronombres, sólo tienen masculino y femenino. Todos los objetos, incluidos los inanimados, aparecen como dotados de vida. Los montes, los ríos y los mares, por ser representativos de majestad y fuerza, son masculinos, y en no pocos textos, personificados.



Los nombres de ciudades, tierras o localidades, considerados como madres de sus habitantes, son femeninos. El plural hebreo a menudo expresa, más que una idea de pluralidad de individuos, la de plenitud, superabundancia o majestad. La primera palabra del Salmo 1 es un nombre en plural. Literalmente habría de traducirse «las bienaventuranzas del hombre », con lo que se quiere exaltar la suprema dicha del hombre que «no anda en consejo de malos...», La palabra «vida» en el Antiguo Testamento está frecuentemente en plural, como en Gén. 2:7. «Sopló en su nariz soplo de vidas» De igual modo, en el versículo 9 hallamos «árbol de vidas». Esta forma de plural tiene una modalidad especial en lo que se ha denominado plural de excelencia, especialmente aplicado al nombre de Dios (Elohim).



El verbo se caracteriza por su raíz triliteral en todos los casos. En su conjugación se distinguen no sólo número y persona, como en español, sino también género. No puede hablarse propiamente de tiempos, sino más bien de estados del sujeto y de lo completo e incompleto de la acción. La idea de pasado, presente o futuro no es inherente a las formas de conjugación. En todo caso, tal idea debe deducirse del contexto. Eso explica la diversidad observada en las versiones del Antiguo Testamento, sobre todo en la traduc ción de los textos poéticos. Así, mientras en la versión de Reina Valera se ha traducido «Jehová es mi pastor, nada me faltará» (Sal. 23:1), en otras se ha optado por el presente: «Nada me falta.. Observación análoga puede hacerse en cuanto al primer versículo del Sal. 1, en el que el verbo ha tomado en las diversas traducciones las formas de «anduvo» o «anda». Esta última forma, en presente, parece más coherente con el versículo que sigue. Este modo de usar los tiempos del verbo posiblemente es exponente de toda una concepción filosófica del tiempo. «Cualquiera que fuese su posición o punto de vista --observa. M. S. Terry-, el orador o escritor parece haber contemplado todas las cosas como si tuviese una relación subjetiva con el objeto de su observación.



El tiempo para él era una serie de momentos (abrir y cerrar de ojos) de carácter continuo. El pasado se introducía siempre en el futuro y el futuro se perdía en el pasado.» Este modo de comprender y expresar los hechos es sumamente valioso para captar la perspectiva gloriosa de las obras de Dios a lo largo de la historia. «La forma de pretérito perfecto -añade Terry- se usa también al hablar de cosas que han de realizarse de modo cierto en el futuro. En tales casos, el acontecimiento futuro se concibe como algo ya consumado; se ha convertido en una conclusión anticipada y un propósito de Dios asegurado. Así, por ejemplo, en el texto hebreo de Gén. 17:20 se lee: «En cuanto a Ismael, también te he oído y he aquí que le he bendecido y le he hecho fructificar y le he multiplicado mucho en gran manera. Todo esto había de realizarse en el futuro, pero aquí es presentado como algo ya concluido. Estaba determinado en el propósito divino, y desde un punto de vista ideal el futuro era visto como algo que ya había acontecido.. Las partículas o partes invariables de la oración gramatical, por su riqueza de matices, tienen gran Importancia en el hebreo y deben tomarse en consideración.



La sintaxis es comparativamente simple. El orden normal en las frases es el siguiente: predicado, sujeto, complemento y palabras especificativas, Puede, sin embargo variar la colocación de sujeto y predicado, poniéndose en primer lugar el que deba tener mayor énfasis. Las frases son generalmente simples y breves, y aun las frases compuestas resultan claras. No existen periodos largos estructurados mediante una construcción complicada. Un buen ejemplo es el capítulo 1 de Génesis. Dejando a un lado las dificultades que en otros aspectos pueda entrañar este texto, su estructura gramatical no puede ser más simple. Teniendo en cuenta los rasgos distintivos del hebreo, es evidente que esta lengua constituía el medio más adecuado para comunicar de modo sencillo los grandes hechos de Dios y su mensaje registrados en el Antiguo Testamento.



El idioma griego, como es bien sabido, en especial en el griego del Nuevo Testamento no es el de la literatura clásica, sino el koiné o dialecto común, hablado desde los tiempos de Alejandro Magno (siglo IV a. de C.) hasta los de Justiniano (siglo VI d. de C.) aproximadamente. Era la lengua del pueblo y se usaba en todo el mundo mediterráneo. Aunque seguían hablándose las lenguas vernáculas en las diferentes regiones, el koiné era el único medio de comunicación entre todas ellas; venía a ser como un puente entre las diferentes islas lingüísticas.



Desprovisto de las sutilezas y convencionalismos literarios del griego clásico, el koiné era una lengua viva, vigorosa, con el sabor de la vida cotidiana. Se distingue por un estilo claro, natural, realista, a menudo vehemente, que facilita la identificación del oyente o lector con lo que se dice. Por tal motivo suele usarse el presente histórico en las narraciones, el superlativo con preferencia al comparativo y el lenguaje directo más que el indirecto. Los elementos enfáticos abundan. Así puede observarse que a menudo se usan pronombres como sujetos de verbos que no los necesitan. Hace uso de pocas conjunciones. La más frecuente es kai (y); pero ésta abunda, lo que hace que las cláusulas coordinadas excedan con mucho a las subordinadas. En este aspecto se asemeja al hebreo. Todo ello hace del koiné un idioma de fácil comprensión. Por eso tiene aplicación también a esta lengua lo que dijimos respecto al hebreo. De modo providencial se convertía en vehículo sumamente apropiado para hacer llegar al mundo con claridad el mensaje del Evangelio.



En el koiné del Nuevo Testamento conviene, sin embargo, tener en cuenta el substrato hebraico-aramea-cristiano que contiene. Hay en el texto neo-testamentario palabras hebreas o arameas que se han transcrito literalmente al griego. Por ejemplo, Abba, padre (Mr. 14:36; Ro.8:15); hosanna, salva ahora (Jn. 12:13); sfkera, bebida alcohólica (Lc.1:15); Satán (2 Co. 12:7)…


En otros casos, términos griegos expresan conceptos hebreos, lo que debe tenerse muy presente en el momento de traducir o interpretar ciertos pasajes. Puede servimos de orientación el vocablo rema. Los escritores griegos lo habían usado para significar«palabra» o expresión oral. Pero en la Septuaginta se emplea para traducir el término hebreo dabar, que tenía un doble significado: palabra y asunto o acontecimiento: este último es el que predomina.En este sentido se usa en Le. 2:15: «Veamos esto que (to-rematouto ha sucedido.» Algunas formas de expresión también son derivadas del hebreo: «buscar la vida» de alguien (Mat. 2:20; Rom. 11:3); «aceptar la persona», en el sentido de mostrar parcialidad (Le. 20:21; Gál., 2:6) o «poner en el corazón» (Le, 1:66; 21:14; Hch. 5:4).



Así mismo siguen la pauta hebrea algunas formas de construcción gramatical. Especial mención merece también el hecho de que no pocas palabras griegas reciben en el Nuevo Testamento un nuevo significado. Así parakaleó, que originalmente significaba «llamar» o «convocar», en el Nuevo Testamento expresa también las ideas de suplicar, consolar, alentar, fortalecer. La palabra eiréné, como expresión de estado opuesto al de guerra, es elevada por la vía del concepto hebreo (bienestar en su sentido más amplio) hasta las alturas del bienestar supremo alcanzado en la nueva relación que el hombre puede tener con Dios por la obra mediadora de Cristo y mediante la fe. Como hizo notar F. Bleek, «habría sido imposible dar expresión a todos los conceptos e ideas cristianas del Nuevo Testamento si los escritores se hubiesen limitado estrictamente a usar las palabras y frases comunes entre los griegos con los significados que normalmente tenían. Estas ideas cristianas eran totalmente desconocidas para los griegos, por lo que no habían formado frases adecuadas que pudieran darles expresión»," Este hecho hace necesario que el intérprete del Nuevo Testamento esté en condiciones de conocer no sólo el significado original o corriente del léxico griego, sino también los nuevos matices adquiridos por muchas palabras como herencia del pensamiento hebreo y por imperativo de los nuevos conceptos surgidos con el cristianismo.


Lo expuesto sobre la importancia del dominio de las lenguas originales tiene especial aplicación a los especialistas en exégesis. Evidentemente son muchos los estudiantes, pastores y predicadores ocupados en la exposición de la Escritura que nunca llegan a alcanzar tal conocimiento. Pero no por eso deben renunciar al trabajo necesario para aproximarse tanto como les sea posible al texto original y a las peculiaridades lingüísticas que inciden en la determinación de su significado. En la actualidad existen diccionarios, concordancias" y comentarios exegéticos que, usados con discernimiento, pueden ayudar a conseguir resultados muy satisfactorios.

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