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lunes, 27 de mayo de 2019

CLASIFICACIÓN DE LOS PASAJES PARALELOS



CLASIFICACIÓN DE LOS PASAJES PARALELOS

a. PARALELOS VERBALES
Ocurre cuando la misma palabra aparece en una conexión similar o con referencia al mismo asunto general. Ejemplos: En Colosenses 1: 16 leemos: pues por El fueron creadas todas las cosas. Hay otro pasaje en que la obra creadora se atribuye a Cristo, a saber: Juan 1: 3, Hebreos 1: 10.

b.-En Efesios 1: 7 se señala que la redención se obtiene por medio de la sangre de Cristo. Esta misma verdad se repite en Colosenses 1: 14. En Hebreos 10: 14 se indica que mediante la ofrenda del cuerpo de Cristo se ha obtenido la perfección o la remisión de los pecados; esta interpretación se confirma con Hebreos 10: 18.

 PARALELOS DE PALABRAS

Son aquellos pasajes similares en los cuales la semejanza o identidad no consiste en palabras o frases, sino en hechos, sucesos o asuntos o también en doctrinas. Ejemplos de pasajes paralelos de acontecimientos o sucesos.

a.- El acontecimiento: El ungimiento de Jesús en Betania: Juan 12: 1-8; Marcos 14: 3-9; Mateo 26: 6-13
b.- Acontecimiento: Jesús calma la tempestad: Mateo 8: 23-27; Marcos 4: 35-41; Lucas 8: 22-25
c.- Acontecimiento: La transfiguración de Jesús: Marcos 9: 2-13; Mateo 17: 1-13; Lucas 9: 28-36.

Nota: Para sacar provecho a los pasajes paralelos de acontecimientos o sucesos, se recomienda usar varios ejemplares de la Biblia, lo que le permitirá abrir al mismo tiempo las diferentes referencias bíblicas, a fin de hacer las debidas comparaciones, para lograr el cuadro completo de los detalles del suceso.

b. PARALELOS CONCEPTUALES

Los paralelos conceptuales existen donde hay correlación de hechos o de ideas, a pesar de que éstos se expresen con diferentes palabras. Este tipo de paralelismo lo podemos ver en He 2 y Fil. 2:2; en ambos, el tema es la humillación de Cristo. O en Rom. 3:24-26 y Heb. 9:11-10:14, cuyo contenido esencial es la redención por la muerte expiatoria de Cristo.

1. PARALELOS DE IDEAS

Paralelos de palabras o frases impropiamente denominados de este modo. Pueden ser considerados como paralelos impropios los que no tienen expresiones o palabras iguales, sino sinónimas.
Aquellos casos en que una expresión es más completa en un pasaje que en otro, pueden también catalogarse dentro de esta clasificación. Ejemplos: En 2 Samuel 8:18 leemos: «… y los hijos de David eran los cojanim» (que se traduce generalmente como sacerdotes). Gesenius afirma que esta palabra significa siempre sacerdotes, pero Fuerst replica que puede significar príncipes o prefectos, en el significado político.

Esta última opinión encuentra apoyo en el pasaje paralelo de 1 Crónicas 18:17, donde en una enumeración similar a la de 2 Samuel 8, leemos: … y los hijos de David eran los príncipes (ri’shonim). En el evangelio de Mateo 8:24 leemos: «y he aquí que se levantó un gran seismos».

En griego, esta palabra significa «terremoto», pero el contexto parece indicar algo diferente, y esto lo confirman los pasajes paralelos de Marcos 4:37 y Lucas 8:25, donde se usa la palabra lailaps, que significa «gran tempestad de viento». Asimismo, en Hebreos 1:3 leemos: «… habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo» (di’ heautou). (Variante textual del Texto Mayoritario.)

Esta expresión cargada de significado, di’ heautou, la explica el pasaje paralelo de Hebreos 9:26, que dice: «… por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado». En la edición inglesa, después de este párrafo, el autor ofrece un ejercicio de investigación etimológica. Hemos incluido una adaptación de dicho ejercicio para propósitos de referencia.

Ejercicio: Determine el significado de las siguientes palabras según la relación en que se encuentran y con la ayuda de los recursos internos que fueron mencionados: οἰκία (casa) 2 Corintios 5:1; πίστις (fe) Hebreos 11:1; καταπέτασμα (velo) Hebreos 10:20; ἐπελεύσεται ἐπὶ σὲ (vendrá sobre ti) Lucas 1:35; (los cimientos del mundo) Salmo 18:15; Ἰουδαῖος (judío) Romanos 2:28–29; ἐγένετο (fueron hechas) Juan 1:3, compárese con Colosenses 1:16; (ponen … en llamas) Proverbios 29:8; στοιχεῖα τοῦ κόσμου (los rudimentos del mundo) Gálatas 4:3, compárese con el v. 9; τὰ κρυπτὰ τοῦ σκότους (lo oculto de las tinieblas) 1 Corintios 4:5; σὰρξ καὶ αἷμα (carne y sangre) 1 Corintios 15:50; compárese Mateo 16:17 con Gálatas 1:16. Berkhof, L. (2005). Principios de interpretacion biblica. Translation of: Principles of Biblical interpretation. (77). Grand Rapids, Michigan: Libros Desafio.

2. PARALELOS DE ENSEÑANZAS GENERALES

Como un fin apropiado a esta parte de nuestro asunto, hacemos aquí algunas sugestiones acerca de la analogía de la f e. "Podemos definirla como aquella regla general de doctrina que es deducida, no de dos o tres pasajes paralelos, sino de la armonía de todas las partes de las Escrituras que tratan de los puntos fundamentales de fe y práctica. La analogía de la fe está basada en dos principios fundamentales: primero, que "todas las Escrituras han sido dadas por inspiración divina," y  constituyen, por lo tanto, un todo consistente, ninguna de cuyas partes puede ser interpretada en contradicción con el resto; segundo, que las verdades a que la Palabra de Dios da la mayor prominencia, y que inculca en la más grande variedad de formas, han de ser las de mayor importancia. Así comprendida, la analogía de la fe es una guía segura para la comprensión del significado del Libro Inspirado.

El que la siga ha de estudiar toda la Palabra de Dios inteligentemente y en oración, y no ciertas partes especiales de ella solamente; puesto que es de toda la Biblia de donde tomamos el sistema de Revelación Divina en su justa y completa proporción. "Si vamos a las Escrituras con opiniones preconcebidas y nos sentimos más deseosos de dar al texto el sentido que coincide con nuestras opiniones, más bien que el que coincide con la verdad, entonces se convierte en la analogía de nuestra fe, y no en la analogía de todo el sistema." Además, el que sigue la verdadera analogía de la fe, no permitirá que ninguna doctrina que pertenezca al tenor de la Revelación Divina sea debilitada o echada a un lado en interés de otra doctrina también bíblica.

Las Escrituras enseñan, con gran frecuencia y claridad, por ejemplo, que los hombres son salvados, no por el mérito de sus obras, sino simplemente por la libre gracia de Dios por medio de la Se en Cristo. También enseñan con igual frecuencia y claridad, que sin arrepentimiento y obediencia a la ley divina, no hay salvación. Estas dos declaraciones no son contradictorias, sino que se suplementan mutuamente; porque simplemente presentan dos lados del mismo plan de salvación. Sin embargo, pudiera sucede r que a algún estudiante bíblico le fuera imposible conciliar, de una manera lógica, dos declaraciones como las siguientes: "Concluimos pues que el hombre es justificado por fe, aparte de las obras legales" Rom. 3:28); "No todo aquel que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino el que hiciese la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mat. 7:21). ¿Qué hemos, pues, de aconsejarle que haga? Es bien claro que su primer deber es recibir y sostener ambas doctrinas.

Después puede tratar de reconciliarlas de una manera lógica; pero si fracasa en esta obra, no debe negar una doctrina, o desmeritar su importancia, en interés de la otra. El mismo principio es aplicable a otras muchas dificultades doctrinales, cuya enumeración no es necesario que hagamos aquí. Finalmente, un verdadero respeto a la analogía de la fe hará que nuestro sistema de creencia y práctica sea completa, y bien proporcionada en todas sus partes. Cada declaración de la Palabra de Dios ha de ser recibida en espíritu de re verencia y obediencia. Pero por cuanto que las Escrituras insisten más en unas doctrinas que en otras, lo justo es que, en este respecto, aceptemos la guía del Espíritu Santo. El anhelo de todo fiel creyente debe ser dar a cada doctrina y precepto de la Revelación el lugar y la prominencia que se le asigna en la Biblia. Y sobre todo, ha de tener especial cuidado en evitar que los pasajes oscuros y dudosos de las Escrituras sean interpretados en forma tal que vengan a contradecir las más claras enseñanzas de la Palabra Inspirada.

El estudio práctico de la Biblia, esto es, su estudio como "útil para enseñanza, para reprensión, para corrección, para instrucción en justicia," se resume en una gran parte a la comparación de una Escritura con otra Escritura, y especialmente a la comparación de paralelismos doctrinales. Todo lo que la Biblia enseña desde el Génesis hasta Revelación con respecto a la personalidad y atributos de Dios, su gobierno providencial, la persona y oficios ale Cristo y el camino de la salvación por él, el destino final de los justos y de los injustos, todo debiera ser diligentemente comparado, a fin de que del todo podamos obtener un más completo y bien proporcionado sistema de fe y práctica, según se encuentra contenido en las páginas de la Inspiración. Mientras dejemos de hacer semejante cosa, nuestra concepción de la verdad divina será defectuosa y desproporcionada. La solemne amenaza que se hace con respecto al último libro de la Biblia es también aplicable a toda la Revelación: "Si alguno pus adición a estas cosas, Dios pondrá sobre él las plagas que están escritas en este libro: y si al, uno quitase de las palabras de esta profecía, quitará Dios su parte del libro de la vida, y de la ciudad santa y (le las cosas que están escritas en este libro. Rev. 22:18, 19.

3. PARALELOS SINÓNIMOS

Presentamos aquí algunos pasajes en los cuales las diferentes líneas o miembros presenten el mismo pensamiento con ligeras alteraciones en la forma de expresión.

Especificaremos tres clases de paralelos sinónimos:
a) IDÉNTICO. Se llama así cuando los diferentes miembros se componen de las mismas o casi las mismas palabras:  Enlazado eres con las palabras de tu boca, Y preso con las razones de tu boca (Prov. 6:2).
Alzaron los ríos, oh Jehová, Alzaron los ríos su sonido; Alzaron los ríos sus ondas (Salmo 93: 3).

b) SIMILAR, cuando el sentimiento es, substancialmente el mismo pero el lenguaje y las figuras son diferentes: Porque él la fundó sobre los mares, Y afirmóla sobre los ríos (Salmo 24.: 2).

¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba?  ¿Muge el buey junto a su pasto? (Job. 6: 5).

c) INVERTIDO se llama cuando existe una inversión o trasposición de palabras o sentencias, de manera que se cambia el orden del pensamiento: Los cielos cuentan la gloria de Dios Y la obra de sus manos denuncia la expansión. (Salmo 19:1)

No guardaron el pacto de Dios
Ni en su ley quisieron andar (Salmo 78:10).

4. PARALELOS SINTÉTICOS

El paralelismo sintético o constructivo consiste, según la definición de Lowth, "sólo en la firma de construcción, en la que una palabra no responde a otra ni una sentencia a otra sentencia, como equivalentes u opuestas; pero hay una correspondencia e igualdad entre diferentes proposiciones con respecto a la forma y giro de toda la sentencia y de las partes constructivas, tales como el nombre respondiendo al nombre, el verbo al verbo, el miembro al miembro, la negación a la negación, la interrogante a la interrogante". Deben notarse dos clases de paralelos sintéticos:

a) CORRESPONDIENTE, es cuando existe una correspondencia formal e intencional entre sentencias relacionadas, como en el ejemplo siguiente tomado del Salmo 27:1, donde la primera línea corresponde con la tercera y la segunda con la cuarta:
Jehová es mi luz y mi salvación,
¿De quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida
¿De quién he de atemorizarme?

Este mismo estilo de correspondencia se nota en el siguiente paralelismo antitético compuesto:

Avergüéncense y sean confundidos a una Los que de mi mal se alegran, Vístanse de vergüenza y de confusión Los que se engrandecen contra mí. Canten y alégrense Los que se deleitan en, mi justicia Y digan siempre: Sea ensalzado Jehová, Que ama la paz de su siervo (Salmo 35:26-17)

b) ACUMULATIVO, cuando hay una culminación de sentimiento que corre a través de los paralelos sucesivos; o cuando existe una constante variación de palabras y de pensamientos por medio de la simple acumulación de imágenes o de ideas:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo [malos Ni estuvo en camino de pecadores Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia Y en su ley medita de día y de noche (Salmo 1:1-2).

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, Llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino Y el hombre inicuo sus pensamientos;

Y vuélvase a Jehová, quien tendrá misericordia de él; Y al Dios nuestro, quien será amplio en perdonar. (Isaías 55:6-7).

Pero aparte de toda forma artificial, el idioma hebreo en sus palabras, frases idiomáticas, conceptos vívidos y poder pictórico posee una simplicidad y belleza notables. Aun en su conversación ordinaria ocurren frecuentemente las sentencias patéticas, las exclamaciones sublimes y las profundas sugestiones. ¡Cuán a menudo ocurre en la simple narración la expresión (que en hebreo es una palabra) "he aquí"! ¡Cuán gráficamente se describen aun el proceso y el orden de la acción, en pasajes como los siguientes:

"Levantó Jacob sus pies y fuese a la tierra de los hijos del Oriente". (Gén. 29:1). "Alzó su voz y lloró... Y así que oyó Laban las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirle y abrazarlo y besólo y trájole a su casa" (v. 11-13). "Y alzando Jacob sus ojos, miró y -¡he aquí!- venía Esaú". (Gén. 33:1) .

Por otra parte, hay muchos pasajes donde alguna elipsis notable vigoriza la expresión: "...ahora, pues, porque no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y coma, y viva para siempre, y sacóle Jehová, del huerto del Edén" (Gén. 3:22). "¡Vuélvete, oh Jehová, ¿hasta cuándo?" (Salmo 90:13) . El esfuerzo de los traductores ingleses por suplir la elipsis del Salmo 19:3-4, estropea el verdadero significado. Dicen ellos: "No hay dicho ni lenguaje donde su voz no sea oída". La versión castellana, fiel al hebreo, es mucho más expresiva, dándonos a entender que aunque los cielos no tienen lenguaje o voz audible, tales como los que el hombre usa, sin embargo han sido extendidos, como un hilo de medir, sobre la superficie de toda la tierra y, aunque mudos, poseen sermones para las almas reflexivas en todas partes del mundo habitable. Incumbe a la Hermenéutica Especial el reconocer la forma retórica y distinguir el pensamiento esencial del modo de expresión en que puede presentárselo. No es la expresión literal sino la enajenación espiritual congénita lo que nos capacita para comprender la fuerza de un pasaje tal como Deut. 32:22: Porque fuego se encenderá en mi furor, Y arderá hasta lo profundo del Sheol; Y devorará la tierra y sus frutos Y abrazará los fundamentas de los montes.

El lenguaje impresionante de Zacarías 11:1-2, no pierde nada del poder de impresionar por el hecho de que el discurso se dirija a las montañas y los árboles como si fuesen seres conscientes: ¡0h Líbano, abre tus puertas y el fuego queme tus cedros!  ¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los magníficos son [talados!  ¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los magníficos son [derribado!

No hay para qué suponer que en la calamidad anunciada por este oráculo ni un solo cedro del Monte Líbano ni un alcornoque de Basán fuesen destruidos. El lenguaje es el de las imágenes poéticas, adaptado a producir impresiones y a transmitir la idea de una extensa ruina, pero sin tener nunca la intención de ser entendido literalmente. Y lo mismo pasa con las sublimes descripciones dé Jehová que se hallan en los Salmos y los Profetas, su inclinarse a mirar desde los cielos y descender con una nube debajo de sus pies; su cabalgar sobre un querubín y el hacerse visible en las alas del viento (2 Sam. 22:10 -11; compare con el Salmo 18:9-10; Ezeq. 1:13-14; su estar de pie y medir la tierra; su cabalgar en caballos y andar en carrozas de salvación, con rayos procedentes de sus manos y el resplandor de su fulgente lanza asombrando al sol y a la luna en los cielos (Hab. 3:4, 6, 8, 11); todos estos pasajes y otros semejantes a ellos no son más que descripciones poéticas de la potencia y la majestad de Dios en su administración providencial del mundo. Las figuras especiales de lenguaje usadas en tales descripciones se discutirán en los capítulos siguientes.

5. PARALELOS ANTITÉTICOS.

Bajo esta división cae todo pasaje en el cual hay contraste u oposición de pensamiento presentado en las diferentes sentencias. Esta clase de paralelismo abunda, especialmente, en el libro de Proverbios, por el hecho de adaptarse particularmente para e xpresar máximas de sabiduría proverbial. Hay dos formas de paralelismo antitético:

a) SIMPLE, cuando el contraste se presenta en un solo dístico de sentencias simples: La justicia engrandece la nación Pero el pecado es afrenta de las naciones. (Prov. 14.: 34 ) .
La lengua de los sabios adornará la sabiduría; Mas la boca de los necios hablará sandeces. (Prov. 15:2) .
Porque un momento será su furor Mas la boca de los necios hablará sandeces. (Prov. 15:2) .

b) COMPUESTO, cuando hay dos o más sentencias en cada miembro de la antítesis: El buey conoce a su dueño Y el asno el pesebre de su señor; Israel no conoce, Mi pueblo no tiene entendimiento (Isaías 1:3).

Por un momentito te dejé; Más te recogeré con grandes misericordias.

Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un [momento; Mas con compasión eterna tendré compasión de ti. ( Isaías 54: 7-8 ). Que Dios está comunicando a nosotros. No venimos para imponer en ella nuestras interpretaciones, pensamientos, y conclusiones preformadas, sino somos estudios en los pies de Dios. La caracteriza más importante para el intérprete es que sea un buen estudiante. Esto quiere decir que aprende de Dios y la Biblia, por medio del Espíritu Santo viviendo y guiándole espiritualmente, y no trata de imponer sus conceptos en sus enseñanzas y predicaciones.

Hay varios libros escritos sobre la Biblia que se tratan de asuntos como los años perdidos de Jesús, o el código DaVinci, u otros. Se tratan de asuntos en que la Biblia es silente, como los años entre el nacimiento de Jesús y el principio de su ministerio. Simplemente, la Biblia no especifica que pasó en estos años. Su proposición es de imponer ideas no declaradas en la Biblia en un contexto para que la gente crea en ello. (de las notas de clase del Dr. Mike Stallard, Baptist Bible Seminary -- énfasis suyo).













LOS PASAJES PARALELOS



LOS PASAJES PARALELOS


DEFINICIÓN

No siempre el contexto aporta luz para la mejor comprensión de un texto. Puede suceder que éste se encuentre aislado, sin conexión con lo que le antecede o le sigue. Es lo que vemos en la mayor parte de los textos de Proverbios, pues con la excepción de algunas secciones cuyo contenido gira en torno a temas concretos (las malas compañías, 1:10-19; la Vida de piedad, 3:1-12; la sabiduría, 3:13-4:27; 8:1-9:18; las exhortaciones contra la impureza, 5:1-23; 6:20-7:27; la amonestación al rey, 31:2-9; y el elogio de la mujer virtuosa, 31:10-31), el resto del libro está compuesto de máximas y sentencias discontinuas.

Algo análogo acontece con determinadas porciones de Eclesiastés y del Cantar de los Cantares. En el resto de las Escrituras, aunque con menos frecuencia, también hallamos pasajes inconexos. En tales casos, es inútil trabajar en el contexto. La ayuda hemos de buscarla en los pasajes paralelos, es decir aquellos que en otros lugares de la Biblia se refieren al mismo hecho histórico, a la misma doctrina o a una enseñanza, exhortación o tema semejante. En estos pasajes paralelos generalmente hallamos ayuda no sólo para entender mejor el texto que tratamos de interpretar, sino también para obtener una perspectiva más amplia tanto de su significado como de sus aplicaciones.

Sírvanos de ilustración el texto de Lucas 14:26, que ya comentamos al ocupamos del uso de modismos. Entonces vimos el significado del verbo «aborrecer» a la luz del usus loquendi. Pero el pasaje de Mat. 10:37 deja perfectamente clara la cuestión: «el que ama padre o madre más que a mí no es digno de mí». Así, pues, «aborrecer» en el texto de Lucas equivale a amar menos, con la consecuencia lógica de que si la familia es hostil a Cristo (véase el contexto de Mat. 10:34-39), el discípulo de Jesús ha de optar por la lealtad a su Maestro, aun si en casos extremos ello significa la ruptura de la comunión familiar.

En el estudio de paralelos es aconsejable seguir un orden:

1. Buscarlos primeramente en el mismo libro, si los hay, o en los escritos del mismo autor. Si, por ejemplo, nos ocupamos de un texto de Pablo sobre la fe, recurriremos a los paralelos que pueden hallarse en sus cartas antes de pasar a otros en la epístola a los Hebreos o en la de Santiago, donde el enfoque conceptual puede ser diferente.

2. Dar prioridad a los que aparezc.an en Libros o secciones que tratan de iguales temas o de cuestiones afines. Así tendrán preferencia los paralelos de los evangelios cuando se trate de .un texto de cualquiera de ellos; los de Romanos cuando se estudien textos de Gálatas; los de Efesios si se interpreta un pasaje de Colosenses, y los de 2 Pedro, o algunos capítulos de las cartas pastorales en el caso de una porción de la epístola de Judas.

3. De modo parecido se establecerá un grado de prelación en cuanto a los paralelos que se hallen en libros o pasajes de un mismo 'género literario. Para un texto narrativo, normalmente serán preferibles paralelos de otras narraciones: para una porción poética, los que se hallen en los Salmos; para una de carácter profético o escatológico, los correspondientes en libros de este tipo; para porciones doctrinales, los de las grandes exposiciones de ese carácter contenidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el orden apuntado no ha de ser absoluto, y menos aún exclusivo. El texto que se halla en una narración puede tener hermosos paralelos en la literatura de carácter poético y viceversa.

Recuérdese la conexión luminosa entre algunos salmos y los hechos históricos que los inspiraron. Y la relación entre lo doctrinal, lo profético, lo escatológico y lo hortatorio puede ser tan estrecha que cualquier delimitación resulte mero artificio. Por ello, podrán encontrarse paralelos correctos en textos de los más diversos géneros. Con todo, el orden señalado no debe subestimarse, pues responde a una realidad lógica.

La comparación de paralelos es especialmente útil en el caso de hechos que se narran en dos o más libros de la Biblia o en diferentes pasajes del mismo libro. En el Antiguo Testamento los hallamos en el Pentateuco: no pocos relatos de Éxodo y Números reaparecen en Deuteronomio. Los libros de Crónicas refieren acontecimientos registrados en los de Samuel y Reyes. En el Nuevo Testamento abunda el paralelismo de este tipo en los evangelios, especialmente en los sinópticos. La conversión de Saulo aparece tres veces en los Hechos de los Apóstoles (caps. 9:1-19; 22:6-11; 26: 12-18) y los datos biográficos sobre Pablo contenidos en el mismo libro son complementados por las notas autobiográficas que aparecen en algunas de sus cartas. En el caso de las narraciones de los evangelios, una «armonía» de los mismos resulta valiosa, pues de modo claro presenta en sendas columnas los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Aunque generalmente el cotejo de paralelos contribuye a iluminar un texto o a resolver los problemas que la interpretación de éste puede plantear, a veces en la comparación surgen problemas nuevos, ya que se observan discrepancias que, al menos de momento, más bien son causa de perplejidad.

Estas dificultades no son en muchos casos difíciles de resolver si se tiene en cuenta la naturaleza de los textos bíblicos, en especial de las narraciones. Ninguno de los autores pretende ser exhaustivo. Aun tratándose de testigos oculares, cada uno escoge unos detalles y omite otros. El cuadro que presenta suele ser parcial. A menudo lo que uno omite es incluido en el testimonio de otro. Y cada uno destaca lo que más le ha llamado la atención o lo que considera más adecuado al propósito narrativo, sin excesiva preocupación por la rigurosidad en la mención de todos los personajes que intervienen en un acontecimiento, en la consignación de todas sus palabras o en la escrupulosa anotación de todos los pormenores. Los diversos relatos sobre la resurrección de Jesús son una ilustración de lo que decimos.

En la mayoría de los casos es factible «armonizar» las discrepancias ahondando en la investigación hasta el punto de poder Formular conjeturas perfectamente plausibles. Cuando no se hallen soluciones satisfactorias, se observará que el problema .en ningún caso afecta lo más mínimo a lo esencial de los pasajes comparados. Superadas las diferencias o aparentes discordancias, los paralelos seguirán enriqueciendo el estudio del texto.

EL PARALELISMO PUEDE SERVIR PARA DETERMINAR EL SIGNIFICADO DE UNA PALABRA. Esto se aplica especialmente al paralelismo sinónimo y al antitético. En el Salmo 7:13 leemos: «Asimismo ha preparado armas de muerte», que es aclarado por:
«Y ha labrado saetas ardientes». En Isaías 46:11, el Señor dice que llama «desde oriente al ave» y luego lo explica en el paralelismo: «y de tierra lejana al varón de mi consejo».

Asimismo en 2 Timoteo 2:13 Pablo afirma que Dios «permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo». La primera expresión explica la segunda, lo cual en Lucas 9:23 significa sacrificar los placeres y los intereses personales. En Proverbios 8:35 se lee:

«El que me halle, hallará la vida», pero en la oración antitética paralela, en el versículo siguiente se añade: «Mas el que peca contra mí, defrauda su alma». La primera explica la segunda y muestra claramente que el verbo jata’ (pecar) en este pasaje se usa de acuerdo a su significado original, es decir, «no dar en el blanco». Por tanto, una traducción alterna podría ser «más el que no da conmigo».

lunes, 20 de mayo de 2019

REGLAS DE INTERPRETACION BIBLICA






REGLAS DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA

Lo primero que nada, debemos entender que uno viene a la Biblia para que por medio de ella descubramos lo que Dios está comunicando a nosotros. No debemos imponer en ella nuestras interpretaciones, pensamientos, y conclusiones preformadas, que es por lo general como nos acercamos a la Biblia. La característica más importante que se requiere para un intérprete bíblico es que sea un buen estudiante, lo que quiero decir es que aprende de Dios y la Biblia, por medio del Espíritu Santo quien nos guía en el proceso de encontrar las respuestas de Dios en su palabra, y no debemos tratar de imponer nuestros conceptos en sus enseñanzas y predicaciones. Para evitar esto vamos a conocer las principales reglas de interpretación.




REGLA 1. OBSERVACIONES GENERALES EN ORDEN DE LENGUAJE BÍBLICO


La Biblia fue escrita en hebreo, arameo y griego; tres idiomas que tienen estructuras y modismos muy diferentes de los nuestros. Por tal razón debemos considerar que la mayoría de errores de interpretación, se deben al desconocimiento de los modismos propios de los idiomas en los que fue escrita la Biblia, un claro ejemplo lo vemos en el libro titulado Hermenéutica de Henry A. Virkler, en el que nos narra que “si fuéramos a traducir la frase inglesa "I love to see old Glory paint the breeze" al español sin reconocer la presencia de los modismos "Old Glory" y "paint the breeze". Traducida al pie de la letra diría: "Me encanta ver la Vieja Gloria pintar la brisa". Sin embargo, una traducción con sentido sería: "Me gusta ver la bandera norteamericana tremolar al viento." "Old Glory" se refiere a la bandera de los Estados Unidos, y "paint the breeze" quiere decir "ondular al toque de la brisa". Lo mismo puede suceder al traducir frases como "endureció Dios el corazón de Faraón", que es un modismo hebreo que significa en ese idioma algo distinto de lo comunicado por la traducción literal.”


Cada cultura adquiere expresiones idiomáticas que es muy conocido dentro de su propio contexto, cuestiones acerca de la vida, de las circunstancias, de la naturaleza, del universo, de costumbres. La función del intérprete, por ende consiste en transmitir un mensaje de forma válida de una cultura a otra, es decir, debemos primero entender qué significa esa palabra o esa expresión dentro del contexto del autor, para a así poder aplicarlo a nuestro contexto.





La hermenéutica es necesaria, para que podamos entender los abismos que existen tanto en el ámbito, cultural, histórico y lingüístico que no nos permiten tener una exacta interpretación de la Palabra de Dios. Muchos no les gusta realizar una interpretación a fondo de la Escritura, ya que esta exige un ponderado conocimiento de las lenguas en que sus libros fueron escritos, pues ninguna traducción puede expresar toda la plenitud de matices de los textos originales. Los grandes exegetas bíblicos son definitivamente verdaderos lingüistas que dominan el hebreo, el arameo y el griego.



Gracias a la tecnología ya no se precisa ser tan especialista en filología semítica o clásica, pero si es muy importante que tengamos conocimientos en los idiomas bíblicos, puesto que nos ayudarán en el momento de traducir o interpretar. existen muchas herramientas herramientas que usted las puede conocer haciendo clic aqui



El idioma hebreo, esta lengua está escrito todo el Antiguo Testamento, con excepción de algunas porciones escritas en arameo (Esd. 4:8-6:18; 7: 12-26' Jer. 10:11 y Dn. 2:4b-7:28). Pertenece el hebreo al grupo de lenguas semitas, más concretamente a la rama cananea, lo que explica su estrecha relación con las lenguas y gramática, fenicia, moabita y edomita. Se distingue por su plasticidad. El pensamiento hebreo no era abstracto, como el de los griegos, sino concreto. Lo inmaterial a menudo se expresa por medio de lo material; el sentimiento, mediante la acción, y la acción, mediante el instrumento. De ahí el uso frecuente de antropomorfismos. Estas expresiones y muchas otras análogas no son meras metáforas, propias del lenguaje poético en cualquier literatura.



Para los israelitas tenían un significado más literal que para nosotros, ya que ellos no hacían una distinción absoluta entre la naturaleza animada y la inanimada. El mundo natural constituye un todo del que el hombre forma parte (mire Sal. 104:23 a la luz del contexto). En el pensamiento hebreo, el hombre se «naturaliza » y la naturaleza se «personifica». Quizá ello explica que en hebreo no exista el artículo neutro.



Por otro lado, la diferencia entre prosa y poesía no es tan marcada como en otras lenguas, pero la prosa contiene muchas de las cualidades poéticas. Esto debe ser tomado en consideración al interpretar textos del Antiguo Testamento; sobre todo en el momento de decidir sobre la literalidad de un pasaje. Las primeras particularidades que llaman la atención y que distinguen al hebreo de las lenguas indoeuropeas, es que los textos escritos se leen de derecha a izquierda y del final hacia el principio y que todas sus letras son consonantes. Esta última característica llegó a originar problemas en el transcurso del tiempo. En el periodo inter-testamentario el hebreo fue sustituido por el arameo como lengua del pueblo. Pese a ello, la pronunciación de los textos sagrados era cuidadosamente preservada y transmitida de generación en generación en las sinagogas y escuelas rabínicas, Llegó, sin embargo, el momento en que, a causa de serias discrepancias originadas en sectas del judaísmo (la de los karaítas principalmente), se hizo apremiante la necesidad de fijar de modo definitivo la pronunciación tradicional.



Para conseguir tal propósito, los masoretas judíos introdujeron en sus textos signos que se colocaban encima, dentro o debajo de las consonantes para indicar las vocales. No se sabe a ciencia cierta en qué momento histórico se inició esta labor; pero es evidente que se desarrolló a partir del siglo VI d. de C. -siguiendo el ejemplo de los gramáticos sirios- y se completó en el siglo VIII. Hubo tres sistemas de vocalización: el babilónico, con signos supra-lineales; el palestinense, con signos predominantemente infra-lineales, y el tiberiense. El generalmente usado en los textos impresos del Antiguo Testamento es el último, adoptado y minuciosamente elaborado por los masoretas de la escuela de Tiberias.



Era tan exacto que no sólo indicaba las vocales, sino también su prolongación, su tono, su intensidad gutural…, lo que daba al sistema un valor superior al de las vocales normales de muchas otras lenguas. Su rostro prevaleció en las escuelas y en las sinagogas, si bien no puede asegurarse que correspondiera exactamente a la pronunciación del antiguo hebreo. Otra peculiaridad de esta lengua es que, a pesar de que ya en sus primeras inscripciones las palabras aparecen separadas por un punto, tal separación es más bien irregular en los manuscritos del Antiguo Testamento de fechas tempranas. Esa es la razón por la que algunas versiones difieren a menudo en sus apreciaciones relativas a esa cuestión. Asimismo carecía el hebreo de puntuación, lo que lógicamente también era motivo de numerosas dudas. Para obviar esta dificultad, así como la debida a la irregularidad en la separación de las palabras, los masoretas establecieron igualmente signos adecuados para la lectura correcta del texto.



El vocabulario del hebreo bíblico se distingue por su limitación, que contrasta con la riqueza de términos de las lenguas europeas. Es particularmente notable la escasez de adverbios, adjetivos y nombres abstractos, deficiencias que se suplen mediante frases preposicionales y verbos auxiliares, por la aposición de genitivos descriptivos y por medio de otros recursos gramaticales. La gramática hebrea no se ajusta a la estructura de las lenguas greco-latinas. Es la propia del tipo semítico. Las palabras pertenecen a tres clases de categorías: nombres, que indican realidades concretas o abstractas; verbos, que expresan acción, y partículas, que señalan los diversos tipos de relación entre nombres y verbos. Los nombres, que incluyen los adjetivos y los pronombres, sólo tienen masculino y femenino. Todos los objetos, incluidos los inanimados, aparecen como dotados de vida. Los montes, los ríos y los mares, por ser representativos de majestad y fuerza, son masculinos, y en no pocos textos, personificados.



Los nombres de ciudades, tierras o localidades, considerados como madres de sus habitantes, son femeninos. El plural hebreo a menudo expresa, más que una idea de pluralidad de individuos, la de plenitud, superabundancia o majestad. La primera palabra del Salmo 1 es un nombre en plural. Literalmente habría de traducirse «las bienaventuranzas del hombre », con lo que se quiere exaltar la suprema dicha del hombre que «no anda en consejo de malos...», La palabra «vida» en el Antiguo Testamento está frecuentemente en plural, como en Gén. 2:7. «Sopló en su nariz soplo de vidas» De igual modo, en el versículo 9 hallamos «árbol de vidas». Esta forma de plural tiene una modalidad especial en lo que se ha denominado plural de excelencia, especialmente aplicado al nombre de Dios (Elohim).



El verbo se caracteriza por su raíz triliteral en todos los casos. En su conjugación se distinguen no sólo número y persona, como en español, sino también género. No puede hablarse propiamente de tiempos, sino más bien de estados del sujeto y de lo completo e incompleto de la acción. La idea de pasado, presente o futuro no es inherente a las formas de conjugación. En todo caso, tal idea debe deducirse del contexto. Eso explica la diversidad observada en las versiones del Antiguo Testamento, sobre todo en la traduc ción de los textos poéticos. Así, mientras en la versión de Reina Valera se ha traducido «Jehová es mi pastor, nada me faltará» (Sal. 23:1), en otras se ha optado por el presente: «Nada me falta.. Observación análoga puede hacerse en cuanto al primer versículo del Sal. 1, en el que el verbo ha tomado en las diversas traducciones las formas de «anduvo» o «anda». Esta última forma, en presente, parece más coherente con el versículo que sigue. Este modo de usar los tiempos del verbo posiblemente es exponente de toda una concepción filosófica del tiempo. «Cualquiera que fuese su posición o punto de vista --observa. M. S. Terry-, el orador o escritor parece haber contemplado todas las cosas como si tuviese una relación subjetiva con el objeto de su observación.



El tiempo para él era una serie de momentos (abrir y cerrar de ojos) de carácter continuo. El pasado se introducía siempre en el futuro y el futuro se perdía en el pasado.» Este modo de comprender y expresar los hechos es sumamente valioso para captar la perspectiva gloriosa de las obras de Dios a lo largo de la historia. «La forma de pretérito perfecto -añade Terry- se usa también al hablar de cosas que han de realizarse de modo cierto en el futuro. En tales casos, el acontecimiento futuro se concibe como algo ya consumado; se ha convertido en una conclusión anticipada y un propósito de Dios asegurado. Así, por ejemplo, en el texto hebreo de Gén. 17:20 se lee: «En cuanto a Ismael, también te he oído y he aquí que le he bendecido y le he hecho fructificar y le he multiplicado mucho en gran manera. Todo esto había de realizarse en el futuro, pero aquí es presentado como algo ya concluido. Estaba determinado en el propósito divino, y desde un punto de vista ideal el futuro era visto como algo que ya había acontecido.. Las partículas o partes invariables de la oración gramatical, por su riqueza de matices, tienen gran Importancia en el hebreo y deben tomarse en consideración.



La sintaxis es comparativamente simple. El orden normal en las frases es el siguiente: predicado, sujeto, complemento y palabras especificativas, Puede, sin embargo variar la colocación de sujeto y predicado, poniéndose en primer lugar el que deba tener mayor énfasis. Las frases son generalmente simples y breves, y aun las frases compuestas resultan claras. No existen periodos largos estructurados mediante una construcción complicada. Un buen ejemplo es el capítulo 1 de Génesis. Dejando a un lado las dificultades que en otros aspectos pueda entrañar este texto, su estructura gramatical no puede ser más simple. Teniendo en cuenta los rasgos distintivos del hebreo, es evidente que esta lengua constituía el medio más adecuado para comunicar de modo sencillo los grandes hechos de Dios y su mensaje registrados en el Antiguo Testamento.



El idioma griego, como es bien sabido, en especial en el griego del Nuevo Testamento no es el de la literatura clásica, sino el koiné o dialecto común, hablado desde los tiempos de Alejandro Magno (siglo IV a. de C.) hasta los de Justiniano (siglo VI d. de C.) aproximadamente. Era la lengua del pueblo y se usaba en todo el mundo mediterráneo. Aunque seguían hablándose las lenguas vernáculas en las diferentes regiones, el koiné era el único medio de comunicación entre todas ellas; venía a ser como un puente entre las diferentes islas lingüísticas.



Desprovisto de las sutilezas y convencionalismos literarios del griego clásico, el koiné era una lengua viva, vigorosa, con el sabor de la vida cotidiana. Se distingue por un estilo claro, natural, realista, a menudo vehemente, que facilita la identificación del oyente o lector con lo que se dice. Por tal motivo suele usarse el presente histórico en las narraciones, el superlativo con preferencia al comparativo y el lenguaje directo más que el indirecto. Los elementos enfáticos abundan. Así puede observarse que a menudo se usan pronombres como sujetos de verbos que no los necesitan. Hace uso de pocas conjunciones. La más frecuente es kai (y); pero ésta abunda, lo que hace que las cláusulas coordinadas excedan con mucho a las subordinadas. En este aspecto se asemeja al hebreo. Todo ello hace del koiné un idioma de fácil comprensión. Por eso tiene aplicación también a esta lengua lo que dijimos respecto al hebreo. De modo providencial se convertía en vehículo sumamente apropiado para hacer llegar al mundo con claridad el mensaje del Evangelio.



En el koiné del Nuevo Testamento conviene, sin embargo, tener en cuenta el substrato hebraico-aramea-cristiano que contiene. Hay en el texto neo-testamentario palabras hebreas o arameas que se han transcrito literalmente al griego. Por ejemplo, Abba, padre (Mr. 14:36; Ro.8:15); hosanna, salva ahora (Jn. 12:13); sfkera, bebida alcohólica (Lc.1:15); Satán (2 Co. 12:7)…


En otros casos, términos griegos expresan conceptos hebreos, lo que debe tenerse muy presente en el momento de traducir o interpretar ciertos pasajes. Puede servimos de orientación el vocablo rema. Los escritores griegos lo habían usado para significar«palabra» o expresión oral. Pero en la Septuaginta se emplea para traducir el término hebreo dabar, que tenía un doble significado: palabra y asunto o acontecimiento: este último es el que predomina.En este sentido se usa en Le. 2:15: «Veamos esto que (to-rematouto ha sucedido.» Algunas formas de expresión también son derivadas del hebreo: «buscar la vida» de alguien (Mat. 2:20; Rom. 11:3); «aceptar la persona», en el sentido de mostrar parcialidad (Le. 20:21; Gál., 2:6) o «poner en el corazón» (Le, 1:66; 21:14; Hch. 5:4).



Así mismo siguen la pauta hebrea algunas formas de construcción gramatical. Especial mención merece también el hecho de que no pocas palabras griegas reciben en el Nuevo Testamento un nuevo significado. Así parakaleó, que originalmente significaba «llamar» o «convocar», en el Nuevo Testamento expresa también las ideas de suplicar, consolar, alentar, fortalecer. La palabra eiréné, como expresión de estado opuesto al de guerra, es elevada por la vía del concepto hebreo (bienestar en su sentido más amplio) hasta las alturas del bienestar supremo alcanzado en la nueva relación que el hombre puede tener con Dios por la obra mediadora de Cristo y mediante la fe. Como hizo notar F. Bleek, «habría sido imposible dar expresión a todos los conceptos e ideas cristianas del Nuevo Testamento si los escritores se hubiesen limitado estrictamente a usar las palabras y frases comunes entre los griegos con los significados que normalmente tenían. Estas ideas cristianas eran totalmente desconocidas para los griegos, por lo que no habían formado frases adecuadas que pudieran darles expresión»," Este hecho hace necesario que el intérprete del Nuevo Testamento esté en condiciones de conocer no sólo el significado original o corriente del léxico griego, sino también los nuevos matices adquiridos por muchas palabras como herencia del pensamiento hebreo y por imperativo de los nuevos conceptos surgidos con el cristianismo.


Lo expuesto sobre la importancia del dominio de las lenguas originales tiene especial aplicación a los especialistas en exégesis. Evidentemente son muchos los estudiantes, pastores y predicadores ocupados en la exposición de la Escritura que nunca llegan a alcanzar tal conocimiento. Pero no por eso deben renunciar al trabajo necesario para aproximarse tanto como les sea posible al texto original y a las peculiaridades lingüísticas que inciden en la determinación de su significado. En la actualidad existen diccionarios, concordancias" y comentarios exegéticos que, usados con discernimiento, pueden ayudar a conseguir resultados muy satisfactorios.

domingo, 21 de abril de 2019

EL INTERPRETE BIBLICO


Para todo estudiante y maestro de la Biblia, dos preguntas son de gran importancia: ¿Qué dice la Biblia sobre algún asunto?, y ¿qué quiere decir la Biblia cuando lo dice?
La respuesta a la primera pregunta puede encontrarse por medio del estudio cuidadoso de la Biblia, o investigando en los libros de consulta indicados; o bien, haciendo las dos cosas. La segunda pregunta puede ser contestada en parte, leyendo el texto bíblico en una de las versiones recientes.
Los traductores han hecho un esfuerzo por hacer que el texto sea claro y al alcance del lector de poca preparación académica. Aun así, el significado de algún texto puede seguir siendo difícil por una de varias razones. De manera que esta segunda pregunta viene a ser la más importante de las dos. El estudio llamado “la interpretación bíblica” trata el asunto del significado del texto bíblico.
La necesidad de entenderlo data desde el tiempo del libro de Deuteronomio. En este libro Moisés repitió las leyes que Dios dio a Israel en el Sinaí, cuarenta años antes. Pero cuando las repitió, cambió la forma de muchas de ellas. Lo hizo, sin duda, para hacerlas más claras, incapaces de ser mal entendidas. La segunda redacción de la ley debe entenderse como la interpretación bíblica.
Quizá esta redacción fue el primer intento por interpretar las Escrituras. Siglos más tarde, el escriba Esdras y otros leyeron la ley de Dios en el texto hebreo para todo el pueblo: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8). La palabra “claramente” significa “con interpretación”.
La disciplina moderna de la interpretación bíblica, tal como se explica en muchos seminarios e institutos bíblicos, se ha reconocido como estudio científico sólo en siglos recientes. Tiene sus raíces en la historia del pueblo de Dios de hace miles de años.
Pero sólo en el siglo XVI Martín Lutero propuso una serie de reglas para guiar toda interpretación seria de la Biblia. Desde entonces esta ciencia ha crecido tanto que ahora demanda atención entre los otros estudios bíblicos y teológicos.

La interpretación bíblica se llama hermenéutica, palabra derivada de la voz griega hermenéuō, que significa interpretar. Como disciplina, incluye cualesquiera reglas necesarias para explicar el significado de algún texto literario; pero se aplica especialmente a la Biblia. Las reglas que ayudan a entenderla y explicarla, tomadas de cualquiera fuente, constituyen la materia de este estudio.
Si en la práctica aplicáramos esta descripción a la hermenéutica, tendríamos que incluir muchas cosas que propiamente no corresponden a ella. Al mismo tiempo, la hermenéutica reconoce la contribución de estos otros estudios, y trata de incluirlos en la preparación del intérprete.
El doctor Vernon C. Grounds, antes presidente del Seminario Teológico Bautista Conservador en Denver, Colorado, hizo la siguiente observación sobre la necesidad de estudiar las muchas materias que no corresponden directamente a la hermenéutica:
Para interpretar y comunicar con pericia el Libro, el estudiante debe obrar recíprocamente con otros libros—libros sobre el hebreo, el griego, la arqueología, las misiones, la historia, la teología, la educación, el arte de aconsejar, la ciencia, la Homiletica, la literatura, la música—todas estas materias contribuyen al entendimiento de la Biblia y de las personas que necesitan su mensaje.1
Respecto al valor de conocer los idiomas originales, dice A. Berkeley Mickelsen:
“Si el estudiante no conoce el griego, el hebreo o el arameo, debe consultar un buen comentario (sobre los asuntos que puedan afectar el significado)”.2 Cuando el estudiante no tiene acceso a tal comentario, la mejor alternativa será leer el texto bíblico en varias traducciones para entender bien su sentido.
El intérprete debe esforzarse por aprender todo lo que pueda de las materias antes mencionadas. Sin embargo, la hermenéutica examina especialmente las reglas de interpretación relacionadas con las características del lenguaje humano; no importa si proceden de la literatura sagrada o secular.[1]

1. Recuerde que el contexto rige. Contexto quiere decir "lo que va con el texto". Para comprender el contexto, usted debe estar familiarizado con la Palabra de Dios. Una vez que haya sentado las bases sólidas de la observación, estará preparado para considerar cada versículo a la luz de:
    *  Los versículos anteriores y posteriores
    *  El libro en que se encuentra.
    *  Toda la Palabra de Dios
 Al estudiar, pregúntese: ¿Es mi interpretación de determinada sección de la Biblia consecuente con el tema, propósito  y estructura del libro en que se encuentra?  ¿Concuerda con lo que dicen otros pasajes bíblicos sobre el mismo tema, o hay una diferencia manifiesta?  ¿Estoy tomando en cuenta el contexto histórico y cultural de lo que se dice? Nunca saque un pasaje de su contexto para forzarlo a que diga lo que usted quiera que diga. Descubra lo que dice el autor; no agregue nada a lo que éste quiere decir.
 2. Siempre busque todo el consejo de la Palabra de Dios. Cuando conozca a fondo la Palabra de Dios, no aceptará una enseñanza sólo porque alguien haya usado uno o dos versículos aislados para respaldarla. Es posible que esos versículos se hayan sacado fuera de su contexto, o que se hayan pasado por alto otros pasajes importantes que habrían llevado  a una compresión diferente.  A medida que lea la Biblia con regularidad y en totalidad, y profundice en el conocimiento de todo el consejo de la Palabra de Dios, podrá discernir si una enseñanza es bíblica o no. Empápese de la Palabra de Dios; es su defensa contra la falsa doctrina.
* No haga una doctrina de un solo versículo de la Biblia 
3. Recuerde que la Biblia no se contradice. El mejor intérprete de la Biblia es la Biblia misma. Recuerde que toda la Escritura es inspirada por Dios. Por tanto, las Escrituras nunca se contradicen.
La Biblia contiene toda la verdad que pudiera necesitar para cualquier circunstancia de la vida. A veces, sin embargo, le pudiera resultar difícil conciliar dos verdades aparentemente contradictorias que aparecen en las Escrituras. Un ejemplo de esto sería el de las enseñanzas sobre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre.
Cuando se enseñan en la Palabra  dos o más verdades que parecen  estar en conflicto, recuerde que los seres humanos tenemos una mente finita. No lleve una enseñanza a un extremo al que no lo lleva Dios. Más bien humille su corazón en fe y crea lo que dice Dios, aun cuando de momento no pueda comprender o acomodar perfectamente lo que Él dice. 
* El mejor y único intérprete de la Biblia es la Biblia misma.
4. No base sus convicciones en un pasaje oscuro de las Escrituras. Un pasaje oscuro es uno cuyo significado no se puede entender con facilidad. Como es difícil entender estos pasajes aun cuando se empleen los correctos principios de interpretación, no se deben usar como base para establecer ninguna doctrina.
@ Pasaje oscuro es uno cuyo significado no se puede entender con facilidad.
@ No establezca una doctrina en uno de estos pasajes,  busque uno paralelo con más claridad.
5. Interprete las Escrituras literalmente. La Biblia no  es un libro místico. Dios nos habló para que conociéramos la verdad. Por lo tanto, tome la Palabra de Dios en sentido literal, es decir, en su sentido natural y normal. Busque en primer lugar la enseñanza clara de un pasaje, no un significado oculto. Comprenda y reconozca las figuras retóricas e interprételas como tales. Para lo cual estaremos estudiando en los temas siguientes, es decir, como interpretar las figuras literarias…
Considere lo que dice cada autor a la luz del estilo literario que emplea. Por ejemplo, se encontrarán más símiles y metáforas en la literatura poética y profética que en los libros históricos o biográficos. Interprete los pasajes de las Escrituras conforme a su estilo literario.
* Respetando el estilo literario del autor
* Interprete de acuerdo al estilo literario
* Los siguientes son algunos de los estilos literarios que se emplean en la Biblia: Históricos: Hechos; Proféticos: Apocalipsis; Biográfico: Lucas; Didáctico (de enseñanza): Romanos; Poético: Salmos; Epistolar (carta): 2 Timoteo; Sapiencial: Proverbios.
 6. Busque el significado único del pasaje. Al interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure entender lo que el autor tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para respaldar una idea que no se enseña con claridad en el texto. A no ser que el autor de un libro indique que hay otro significado en lo que dice, deje que el pasaje hable por sí mismo.  Al interpretar un pasaje de la Biblia, siempre procure entender lo que el autor tenía en mente. No tergiverse ningún versículo para respaldar una idea que no se enseña con claridad en el texto. A no ser que el autor del libro indique que hay otro significado en lo que dice, deje que el pasaje hable por sí mismo.
Cuídese del subjetivismo: Póngase en el lugar del autor.
Cuando interpretamos las escrituras podemos cometer el error de decir mucho mas de la idea natural del texto; querer acentuarla, pero exagerando cosas que al autor nunca se le ocurrieron decir, todo por ignorar el contexto del libro. Esto lo podemos llamar hiperbolizar las escrituras exagerando lo que el autor dice, o alegorizar que es pretender adornar lo que el autor dice en la palabra.
SUBJETIVISMO: (El Intérprete se vuelve el autor)
Sí, pero yo creo, a mi me parece, yo siento, fulano de tal dice, mi denominación afirma, mi religión cree... cuando una persona tiene estas afirmaciones me da la impresión de que no está seguro de lo que la palabra de Dios dice, por lo tanto llegan a cometer o decir herejías.
Como pasarle al autor original por encima, ignorar la situación del autor y de los primeros destinatarios, y literalmente confundir interpretación con aplicación y DECIR LO QUE NOS DA LA GANA.
El principal riesgo de realizar una mala hermenéutica es el de comenzar a formular doctrinas erróneas, justamente por la falta de conocimiento en los principios de interpretación bíblica según lo que dice. 2 Pedro 3:15Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.[2]
 No debemos olvidar también que la palabra de Dios no es de propia interpretación, "Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie" 2 Pedro 1:20 (NVI)
Cada idioma tiene sus propias expresiones que no se prestan para la traducción literal en otros idiomas. Los modismos, los proverbios, las singularidades gramaticales y las referencias a las costumbres o circunstancias locales, pueden causar dificultades para el intérprete cuyo idioma no sea el hebreo o el griego.
Aun para los que hablan uno de estos idiomas, algunos usos especiales pueden ser difíciles de entender. Cuando tratamos de explicar la Biblia nos enfrentamos con un grupo de problemas especiales. Algunos de éstos se deben a que la Biblia fue escrita en otra época, separada de la nuestra por miles de años.
La parte del mundo donde sucedieron los eventos registrados está separada de nuestro mundo por un océano y un continente. Dos de los idiomas en que fue escrita fueron por mucho tiempo lenguas muertas. No pertenecen a la familia de lenguas romances, es decir derivada del Latín. El hebreo, el arameo y el griego tienen poca conexión con el español.
Cuando empezamos a estudiar el hebreo, vemos que ésta hace uso de un alfabeto extraño y que se escribe desde la derecha hacia la izquierda, y en un principio tenía solamente una o dos vocales escritas. En años posteriores le fueron añadidas algunas marcas especiales llamadas puntos vocálicos.
Estos se componen de puntitos, rayas... Generalmente no tenemos literatura en hebreo sino el Antiguo Testamento. Los escritos apócrifos, los rollos del Mar Muerto y unos pedacitos de ollas rotas son casi todo lo que existe.3
Nuestros estudios del hebreo tienen que ser basados en el texto bíblico. Aun los israelíes modernos tuvieron que estudiarlo de la misma manera, con la ayuda de eruditos que hablaban el idioma. El caso del griego del Nuevo Testamento es muy diferente. Se había hablado el griego anterior al siglo IV antes de Cristo, sin interrupción.
El griego del Nuevo Testamento es entendido entre los que tienen una amplia educación en aquel idioma. Mientras que los hebreos nos dejaron muy pocas copias de sus Escrituras, hay cientos de manuscritos del griego popular de la época del Nuevo Testamento. Aunque la mayor parte de los manuscritos que existen hoy fueron escritos en pergamino, todavía se encuentran algunos fragmentos hechos en el frágil papiro. En la primera parte del siglo XVIII, se descubrieron en Egipto algunos documentos importantes, escritos en papiro. Estos se habían conservado como por accidente en la atmósfera árida de aquel país. Estos papiros han arrojado mucha luz sobre las características del griego popular de aquellos tiempos, conocido hoy como el griego koiné (común, o popular).
Sin embargo, estos papiros no contienen ningún manuscrito del Nuevo Testamento. Los papiros son de dos clases: obras literarias y documentos, tanto particulares como oficiales. Los estudios del koiné han aumentado mucho nuestro conocimiento del Nuevo Testamento.
Por estas razones el estudio del griego está mucho más al alcance del estudiante que el hebreo. También es de más valor para la mayor parte de los que estudian la Biblia. Sin embargo, el acceso a la información acerca de los dos idiomas es básico para el intérprete. Además, no queremos pasar por alto las partes de las Escrituras escritas en arameo. Este idioma se estudia como parte del hebreo, porque era un dialecto muy usado en el Medio Oriente desde los principios de la historia de Israel.
Si reconocemos que el estudio de la hermenéutica es necesario para entender bien la Biblia, podemos ver también que una interpretación adecuada está al alcance de aquel que quiere esforzarse por aprender sus reglas y ser diligente en su aplicación. Pero requiere que el intérprete mismo comience su trabajo siendo preparado para él espiritualmente.
En este punto muchos católicos romanos difieren de los cristianos evangélicos. Aquella iglesia reserva para sí el derecho exclusivo de interpretar las Escrituras. Los teólogos romanistas pretenden que la Iglesia verdadera del Señor Jesucristo es la que ellos sirven. Por esta razón, creen que sólo ellos poseen el Espíritu Santo, con la ayuda del cual puedan interpretar las Escrituras.[3]
En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, y, en realidad, de cualquier libro que sea, debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son cosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias.
Todos esos defectos, y aun cualquiera de ellos, inutilizan al que los sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito especial del intérprete es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de tomar el pensamiento de su autor y sentir, de una mirada, toda su fuerza y significado.  A esa rapidez de percepción debe ir unida una amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el intento de las palabras y frases sino también el designio del argumento.
Es obvio que en la labor del exegeta influyen multitud de factores. Consciente o inconscientemente, el intérprete actúa bajo la acción de condicionantes filosóficos, históricos, psicológicos e incluso religiosos, los cuales, inevitablemente, colorean la interpretación. Esto sucede no sólo en la interpretación de un texto, sino también en la de hechos históricos o de formas de pensamiento. Como indica Bemard Ramm, «la disposición subjetiva de un erudito pesa abrumadoramente sobre él en su exégesis.
A partir de Bultmann, la cuestión de una exégesis libre de presuposiciones ha adquirido gran relieve. No sólo se afirma que tal tipo de exégesis es imposible, sino que las presuposiciones mismas son vistas como una necesidad primordial, lo que da lugar a peligrosos equívocos. Ciertamente no se espera que el exegeta acceda al texto en actitud de absoluta neutralidad o despreocupación.
Hasta cierto punto, las presuposiciones, la «pre-comprensión » o comprensión previa preconizada por Bultmann, pueden ser convenientes para enjuiciar de modo fructífero determinados fenómenos. La historia, por ejemplo, únicamente puede ser comprendida cuando se presuponen unas perspectivas específicas.
Pero es un grave error asegurar que el intérprete moderno sólo puede entender la Biblia sobre la base de sus propias ideas previas. Como lo sería renunciar a un examen crítico de los factores subjetivos que pueden influir en la tarea hermenéutica con efectos distorsionadores sobre el auténtico significado del texto. Cuando las presuposiciones, filosóficas o teológicas, adquieren rango de árbitros, cuando su peso es decisivo, entonces la interpretación objetiva es imposible. El racionalista interpretará todo lo sobrenatural negando la literalidad de la narración y atribuyéndole el carácter de leyenda o de mito. El existencialista prescindirá de la historicidad de determinados relatos y acomodará su interpretación a lo que en el texto busca: una mera aplicación adecuada a su situación personal aquí y ahora.
El dogmático católico, protestante u ortodoxo griego interpretará la Escritura de modo que siempre quede a salvo su sistema doctrinal. Aun los creyentes más deseosos de ser fieles a la Palabra de Dios pueden caer y con harta frecuencia caen en este error, víctimas de las ideas teológicas prevalecientes en su iglesia. Esto sucede sin que el propio intérprete se percate de ello. Apropiándonos una metáfora de R. E. Palmer, estamos inmersos en el medio de la tradición, que es transparente para nosotros, y por lo tanto invisible, como el agua para el pez.
Se han adoptado a menudo dos modos dispares de acercarse a la Biblia: el que podríamos llamar devocional o pietista y el racionalista. El primero nos lleva al texto en busca de lecciones espirituales que puedan aplicarse directa e inmediatamente y está presidido no por el afán de convencer el pensamiento del escritor bíblico, sino por el deseo de derivar aplicaciones edificantes. Es el que distingue a algunos comentarios y a pocos predicadores. El racionalista, con toda su diversidad de tendencias, analiza la Escritura sometiéndola a la presión de prejuicios filosóficos. De este modo muchos textos son gravemente tergiversados. Tanto en un caso como en el otro, se da poca importancia al significado original del pasaje que se examina. No se investiga lo que el autor quiso expresar. En ambos falta el rigor científico. El exegeta debe estar mentalizado y capacitado para aplicar a su estudio de la Biblia los mismos criterios que rigen la interpretación de cualquier composición literaria. El hecho de que tanto en la Biblia como en su interpretación haya elementos especiales no exime al intérprete de prestar la debida atención a la crítica textual al análisis lingüístico, a la consideración del fondo histórico y todo cuanto pueda contribuir a aclarar el significado del texto (arqueología, filosofía, obras literarias más o menos contemporáneas…

Pero no basta la posesión de conocimientos relativos a la labor exegética. El intérprete ha de saber utilizarlos científicamente, poniendo a contribución un recto juicio, agudeza de discernimiento, independencia intelectual y disciplina mental que le permitan analizar, comparar, sopesar las razones en pro y en contra de un resultado y avanzar cautelosamente hacia una interpretación aceptable.
Bernard Lonergan, refiriéndose a la importancia de estas cualidades, llega a la siguiente conclusión: «Cuanto menor sea la experiencia, cuanto menos cultivada la inteligencia, cuanto menos formado el juicio, tanto mayor será la probabilidad de que el intérprete atribuya al autor una opinión que el autor jamás tuvo.
Esta cualidad es inherente al interprete.
Cuanto más se amplía el círculo de lo sabido, mayor aparece el de aquello que aún queda por descubrir. Y aun lo que se da por cierto ha de mantenerse en la mente con reservas, admitiendo la posibilidad de que nuevos descubrimientos o investigaciones más exhaustivas obliguen a rectificaciones. En el campo científico nunca se puede pronunciar la última palabra.
Esto es aplicable a la interpretación, por lo que todo exegeta debe renunciar aun a la más leve pretensión de infalibilidad. En la práctica, no es sólo la Iglesia Católica la que propugna la inherencia de su magisterio.
También en las iglesias evangélicas hay quienes se aferran a sus ideas sobre el significado del texto bíblico con tal seguridad que ni por un momento admiten la posibilidad de que otras interpretaciones sean más correctas.
A veces ese aferramiento va acompañado de una fuerte dosis de emotividad y no poca intolerancia, características poco recomendables en quien practica la exégesis bíblica.
Quien se encastilla en una tradición exegética, sin someter a constante revisión sus interpretaciones, pone al descubierto una gran ignorancia, tanto en lo que concierne a las dimensiones de la Escritura como en lo relativo a las limitaciones del exegeta. La plena comprensión de la totalidad de la Biblia y la seguridad absoluta de lo atinado de nuestras interpretaciones siempre estará más allá de nuestras posibilidades.
Por supuesto, la prudencia en las conclusiones no significa que el proceso hermenéutico, al llegar a su fase final, no haya de permitir sentimientos de certidumbre. Después de un estudio serio, imparcial, lo más objetivo posible, la interpretación resultante debe mantenerse con el firme convencimiento de que es correcta, a menos que dificultades in-superadas del texto aconsejen posturas de reserva y provisionalidad. En cualquier caso, ha de evitarse el dogmatismo, admitiendo siempre la posibilidad de que un ulterior estudio con nuevos elementos de investigación imponga la modificación de interpretaciones anteriores.
Obviamente, quien sólo vea en la Biblia un conglomerado de relatos históricos, textos legales, normas litúrgicas, preceptos morales, composiciones poéticas y fantasías apocalípticas, es decir, un conjunto de libros comparables a otros semejantes de la literatura universal, pensará que puede proceder a su interpretación sin otros requisitos que los ya apuntados.
Pero aun el lector neutral, si es objetivo, admite que en muchos aspectos la Biblia es una obra única y que es razonable la duda en cuanto a la suficiencia de requisitos ordinarios para su interpretación. Si nos situamos en el plano al que la propia Escritura nos lleva, es decir, el plano de la fe, encontramos en ella la Palabra de Dios, siempre dinámica, rebosante de actualidad. Por eso sus páginas son mucho más que letra impresa. A través de ellas llega a nosotros la voz de Dios. De ahí que el intérprete de la Biblia necesite unos requisitos adicionales de carácter especial.
La mente, los sentimientos y la voluntad de exegeta han de estar abiertos a la acción espiritual de la Escritura. Ha de establecerse una sintonía con el mensaje que la Biblia proclama. En palabras de Gerhard Maier, «la exposición de la Escritura exige del expositor una con genialidad espiritual (Geisterverwandschait} con los textos»." La carencia de sensibilidad religiosa incapacita para captar en profundidad el significado de los pasajes bíblicos. Si alguien objetara que tales afirmaciones otorgan a la subjetividad del intérprete un lugar contrario a la objetividad científica, que antes hemos propugnado, mostraría un concepto muy pobre de lo que es la verdadera interpretación. Aun tratándose de obras que no sean la Biblia, la falta de compenetración entre autor e intérprete merma la calidad de la obra de éste.
¿Qué valor tendría, por ejemplo, el juicio crítico de quien, carente de la sensibilidad religiosa de Juan Sebastián Bach, opinara sobre sus composiciones? ¿Sería posible una apreciación adecuada de los cuadros de Van Gogh sin establecer un nexo psicológico con su vida interior?
En toda labor exegética se debe ahondar en el espíritu que hay detrás del texto. En el caso de la .Biblia, se trata de descubrir lo que había en la mente y en el espíritu de sus autores. Esto logrado, se advierte en ellos la presencia del Espíritu de Dios. Tal es la razón por la que el intérprete ha de estar poseído del Espíritu Santo y ser guiado por El. Esta necesidad se acrecienta debido a que la caída en el pecado ha tenido en la mente humana efectos negativos que hacen prácticamente imposible la comprensión de la verdad divina. Como escribiera Pablo, «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente» (1 Ca. 2: 14).
Por eso es necesario haber tenido la experiencia que en el Nuevo Testamento se denomina nacimiento del Espíritu (Jn.3:5,6), la cual proporciona unas posibilidades de percepción espiritual antes inexistentes. Sólo el creyente puede ahondar en el verdadero significado de la Escritura porque el mismo Espíritu que la inspiró realiza en él una obra de iluminación que le permite llegar, a través del texto, al pensamiento de Dios. Así lo reconoce Pablo cuando, hablando de las maravillas de la revelación, afirma: «Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (l Ca. 2: 10).
El pensamiento de Pablo sobre este punto fue enfatizado por Calvino y ha sido mantenido como principio básico de la hermenéutica evangélica hasta nuestros días. Tan importante es este requisito que, sin él, como afirma Henry Blocher, toda «pre-comprensión », a causa de los efectos del pecado en la mente, es «pre-incomprensión » La facultad de discernimiento espiritual del creyente ha de ser alimentada por una actitud de reverente dependencia de la dirección divina. Todo trabajo de exégesis debe ir de la mano con la oración. En el campo de la hermenéutica tiene perfecta aplicación el aforismo bene orasse est bene studuisse (orar bien es estudiar bien). El exegeta, más que cualquier simple lector de la Biblia, habría de hacer suya la súplica del salmista: «Señor, abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley» (Sal. 119:18).  Conviene recordar, sin embargo, lo que ya hemos destacado antes, que la acción iluminadora del Espíritu Santo no ahorra al intérprete cristiano el esfuerzo hermenéutico.
Tampoco lo preserva de la posibilidad de caer en errores. El don de la infalibilidad no se cuenta entre los dones con que Dios ha querido enriquecer a su pueblo. Así, pues, la realidad del Espíritu Santo debe ser un estímulo no para elaborar sistemas dogmáticos cerrados, sino para ahondar incansablemente en el significado de los textos bíblicos, modificando nuestras interpretaciones anteriores siempre que una mejor comprensión nos lleve a ello.
El verdadero intérprete de la Biblia no se limita al estudio frío de sus páginas como si efectuase un trabajo de laboratorio. Por grande que sea su erudición, ésta no es suficiente para hacer revivir el espíritu y el propósito originales de la revelación.
Tampoco basta una actitud pietista, pero desencarnada, hacia la Palabra de Dios. Si, como ya hemos hecho notar, la Biblia es el vehículo que Dios usa para llegar al hombre y hablarle, el lector mucho menos el intérprete- no puede desentenderse de lo que Dios le dice. El mensaje bíblico ha de hallar en él una resonancia interior y ha de influir decisivamente en su vida.
La comprensión de la Palabra de Dios lleva inevitablemente al compromiso con Dios, a la decisión de aceptar lo que Él ofrece y darle lo que exige, a hacer de su verdad nuestra verdad, de su voluntad nuestra voluntad y de su causa nuestra causa.
Así lo entendieron los reformadores del siglo XVI. Para Lutero, la exposición de la carta a los Romanos y de otros libros de la Biblia, no fue un mero trabajo propio de su labor docente.
Constituyó una fuerza colosal que, a la par que transformó radicalmente su vida, cambió el curso de la historia de la Iglesia y del mundo.
Únicamente una acción comprometida, de identificación práctica con el texto que se interpreta, puede extraer de éste la plenitud de su significado. Lo que algunos pensadores han opinado sobre la investigación histórica tiene aplicación, con mayor razón, a la investigación bíblica.
La historia no puede ser estudiada con efectividad de modo absolutamente imparcial. El discutido Paul Tillich tenía razón cuando sostenía que el ideal de limitarse a informar sobre los hechos sin ningún elemento de interpretación subjetiva es un «concepto cuestionable».
Si no existe unión entre el historiador y el material que interpreta no puede haber una verdadera comprensión de la historia. La tarea del historiador consiste en «revivir.», lo que, esta muerto. «Sólo el compromiso profundo con la acción histórica puede sentar las bases para la interpretación la historia. La actividad histórica es la clave para la comprensión de la historia. De modo análogo, podríamos decir que la «actividad» bíblica es la clave para la comprensión de la Biblia. En la medida en que el estudio de sus textos va acompañado de una acción consecuente en la teología, en el culto y en la conducta incluida su proyección social es factible una interpretación en profundidad que irá enriqueciéndose a medida que se vaya asumiendo su contenido.
Algunos teólogos evangélicos de nuestros días consientes de esta realidad y han empezado a dar mayor énfasis a las implicaciones prácticas de la hermenéutica. Con un enfoque contextual las realidades espirituales, culturales y socio-políticas de hombres y pueblos son tomadas seriamente en consideración a fin de interpretar la Escritura de modo comprensible y relevante. Pero la realización de este propósito pasa por la «encarnación» del mensaje bíblico, encarnación en la que deben asumirse los problemas, las inquietudes y las necesidades de aquellos a quienes se pretende comunicar la Palabra de DIOS. De esto se desprende otro requisito especial del exegeta bíblico.
En último término, la misión del intérprete es servir de puente entre el autor del texto y el lector. Entre el pensamiento de ambos media a menudo una gran sima que se debe salvar. Para ello no basta llegar a captar lo que el autor bíblico quiso expresar. La plenitud de significado sólo la descubrimos cuando acercamos el mundo del autor a nuestro mundo y viceversa.
A modo de ilustración, podemos pensar en los mensajes proféticos de Amós. Nuestra comprensión de sus denuncias de la injusticia y de la inhumanidad de sus contemporáneos no se agotará si nos limitamos a una mera exposición histórica de su ministerio y al análisis lingüístico de sus discursos.   En cambio, una toma de conciencia de los problemas sociales del mundo en que nosotros vivimos, dados los paralelos existentes entre la situación del profeta y la nuestra, no sólo hará más relevante el libro de Amós para el hombre de hoy, sino que nos proporcionará una visión más profunda y mucho más viva de lo que el profeta quiso decir. El contexto histórico del intérprete ha sido con frecuencia factor determinante de auténticos descubrimientos en la práctica de la exégesis.
Fue la angustia de Lutero, abrumado por la doctrina católica de las obras meritorias y la opresión espiritual de Roma impuesta a la cristiandad, lo que llevó al reformador alemán comprender el alcance grandioso del texto «el Justo por la fe Vivirá». Al descubrimiento de la justificación por la fe, seguirán otros que inducirían a Lutero, a la luz de una Biblia interpretada en un contexto personal nuevo, a una nueva formulación teológica.
Es este contexto histórico del momento presente en que está influyendo y abriendo nuevas perspectivas para la reconsideración de textos bíblicos olvidados o mal interpretados, Hay, en plena evolución hermenéutica, se recobra el concepto bíblico del hombre total.
Todo esto no significa que se esté sacando arbitrariamente de la Biblia lo que ésta no contiene o lo que sucede es que se están redescubriendo facetas del Evangelio que hablan quedado ocultas por tradiciones culturales y situaciones históricas diversas.
Tales redescubrimientos debieran proseguir siempre que fuera; necesario, siempre que antiguas o nuevas formulaciones teológicas, por incorrectas o incompletas, dejen de comunicar la Palabra de DIOS en respuesta a las preguntas y los clamores del, mundo.
Como sugieren los especialistas de nuestros días, la hermenéutica debe abrir un diálogo entre el pasado del autor bíblico y el presente del lector. Y como mediador en el dialogo esta el interprete, quien ha de recorrer una y otra vez el círculo hermenéutico, acercándose por un lado al texto y por otro a su propio contexto histórico, interrogando a ambos hasta llegar a discernir el verbo de Dios, significativo para los hombres de cualquier lugar o época.
En esta labor es llamado a perseverar el exegeta, abierto constantemente al mensaje, siempre viejo y siempre nuevo, de la Biblia, con el que nunca estaremos suficientemente familiarizados.
Juan 5:39-39. Así como para apreciar debidamente la poesía, la música, la pintura o el arte se requieren poseer un sentimiento especial hacia lo bello, lo poético y lo artístico, también es muy importante tener una disposición, aprecio y actitud especial para el estudio provechoso de la Biblia. Una persona irreverente, ligera, impaciente e imprudente, jamás podrá estudiar y entender un libro tan profundo y espiritual como la Biblia.
Una persona así juzgará el contenido de la escritura como un ciego distingue los colores; equivocadamente. Para estudiar y comprender la Biblia se necesita, por lo menos las siguientes disposiciones:
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová. Prov. 1: 7
Temer a Dios significa honrarlo, reverenciar a Dios, darle el lugar que le corresponde, tener un conocimiento correcto acerca de Dios y actuar conforme a ese concepto, en todo lo que tenga que ver con él. Solo conociendo a Dios personalmente es que se le puede honrar o temer; Quien conoce a Dios tiene temor de Dios, y quien tiene temor de Dios tiene abiertas las puertas de la sabiduría y el entendimiento, para así, comprender su Palabra.
La Biblia es la revelación del Omnipotente (todo poderoso), es el milagro permanente de Dios, es el código divino por el cual seremos juzgados algún día, es el Testamento firmado con la sangre de Cristo. Con todo lo que contiene y significa la Biblia, el hombre irreverente se hallara como el ciego ante el más bello paisaje, no lo apreciara ni valorará.
Estudie la Biblia con un sentido de humildad y reverencia, tenga siempre presente que lo que esta leyendo no es cualquier libro, es la misma Palabra del Dios que lo creo a usted y le da el aliento para vivir. Dice Jehová; miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. Isaías 66:2
La persona que es obstinada y terca nunca aprende; cuando alguien no esta dispuesto a hacer a un lado sus ideas personales o preferidas, dejar lo que antes le enseñaron, o piensa que sabe mucho, jamás aprenderá algo de la palabra de Dios.
 Cuando usted lea la Escritura, mantenga su mente abierta y libre de prejuicios, para recibir y aprender algo nuevo que tal vez usted entendía de otro modo; disponga su corazón a aceptar la enseñanza y la corrección haciendo a un lado cualquier idea que usted tenga contraria a lo que lee en la Biblia.
Antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito... Romanos 3:4 El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios... 1Corintios 2:14
El hombre por naturaleza no posee esa pasión, carece de un corazón deseoso de conocer la verdad al contrario huye de la verdad espiritual y abrasa con ansia la mentira y el error. Quien se acerca a la Biblia debe tener este deseo inmenso de conocer la verdad, aún cuando esta duela. Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación. 1 Pedro 2:1,2 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Mateo 5: 6
Tener una mente sana y libre de prejuicios e ideas extravagantes, es indispensable para todo el que quiera entender la Biblia. De vez en cuando en nuestro recorrido por las páginas de la Biblia, nos encontraremos con pasajes obscuros, textos difíciles de entender o simbólicos; el lector que tiene una mente fantasiosa o sin escrúpulos, llegara a las más ridículas conclusiones; distorsionando, torciendo, desviando y mal interpretando las Escrituras, dando rienda suelta a su imaginación o buscando respaldar con la Biblia sus propias ideas y conceptos personales. Es capaz hasta de forzar las Escrituras para que estas apoyen su manera de pensar, sus enseñanzas, o sus doctrinas.
Un ejemplo de esta clase de personas son los testigos de Jehová, los mormones, los de pare de sufrir, y uno que otro despistado de los que nunca faltan.
Jesús nos dejo el mandamiento de “escudriñar las escrituras”. La palabra escudriñar significa: estudiar con mucho cuidado, investigar con detalle, examinar minuciosamente; Buscar con mucho empeño, investigar con inmenso interés y deseo de aprender y alcanzar conocimiento. Utilizando nuestro lenguaje común, y expresado en términos conocidos para nosotros, este mandamiento de “escudriñar las escrituras”, según el significado de la palabra “escudriñar”, pudiera interpretarse diciendo que es buscar como que se me ha perdido algo. La lectura constituye el fundamento de todo aprendizaje; se dice que: “si sabes leer, puedes aprender cualquier cosa”. Por esto, quien quiera estudiar la Biblia, tendrá que adquirir la capacidad de leer bastante, y la disciplina de hacerlo constantemente.
El estudio Bíblico es esencial para crecer en conocimiento y aprender más de Dios, y todo lo que tenga que ver con él. La práctica de leer en forma regular las escrituras es lo que lleva al lector a convertirse en estudiante; que es precisamente lo que Cristo quiso decir con eso de “escudriñad las escrituras”. La lectura diaria de la Biblia es para la vida espiritual, lo que el alimento diario para la vida física. Así como necesitamos comer diariamente para mantener el nivel de energía, también el hombre espiritual ha de alimentarse en forma regular con la Palabra de Dios. Fijar una hora determinada para estudiar todos los días y sujetarse a ella fielmente es un requisito indispensable, ya que las buenas intenciones por si solas muy pocas veces se realizan; el ser disciplinado en la lectura y estudio de la Biblia nos evitara de ser lectores ocasionales, lo cual trae muy pocos beneficios.
Aparte de la necesidad de tener al Espíritu Santo para interpretar bien la Biblia, es evidente la verdad de que existe una capacidad universal de captar su mensaje; bien que esta verdad parece contradictoria.
Es verdad que el propósito de Dios es que toda la gente ponga atención a su mensaje, aun antes de creerlo. Los evangélicos creemos que toda la gente tiene no solamente el derecho de leer y entender la Biblia para sí, sino que es su obligación delante de Dios leerla y entenderla lo mejor que puedan. Generalmente, esta obligación abarca la de leerla personalmente y estudiarla, siempre que el individuo pueda hacerlo. Es decir, que toda persona que tenga acceso a un ejemplar de la Biblia, y que sepa leer, está obligada a hacerlo.
Esta verdad no elimina la necesidad de tener maestros en la iglesia. La Biblia no fue escrita para guiar sola a la iglesia sin tener a nadie que la enseñe. Tampoco pretendemos que todo laico deba instruirse con ella sólo y completamente, independientemente de los demás creyentes.
En primer lugar, es dudoso que ningún cristiano pueda recibir toda la instrucción necesaria sin que otros le ayuden. En segundo lugar, ninguna instrucción humana es completa ni perfecta; el único Maestro perfecto es Jesús mismo. Y en tercer lugar, el Espíritu Santo escoge a ciertos individuos para ser maestros de la Palabra de Dios y les ayuda a llevar a cabo su obra por medio de los dones necesarios del Espíritu.
Pero la razón más evidente por qué toda persona debe de leer la Biblia y entenderla para sí misma, es que la Biblia lo enseña en lenguaje inequívoco: Escudriñad las Escrituras (Jn. 5:39). Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hch. 17:11). Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos (1Tes. 5:27).
Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2Tim. 3:15–17).  El principio de la libertad expresado en estos textos, fue proclamado al comienzo de la Reforma con el nombre de “Libre Examen” (de las Escrituras). Toda confesión evangélica lo afirma o lo da por sentado. En un espíritu contrario, la Iglesia Católica Romana sólo permite la lectura de la Biblia “a los fieles”.6
Los que se oponen al “libre examen” con frecuencia tuercen el significado de la frase. Dicen que este principio consiste en el derecho de interpretar libre y particularmente según “las ideas, pasiones y prejuicios” del lector, o según la “inspiración individual”.7 Sin embargo, el principio se llama “Libre Examen”, no “Libre Interpretación”. La libertad que declara existe para todo individuo porque Dios se la ha dado, y porque nadie tiene la autoridad de prohibirle que lea las Escrituras, ni de tener señorío sobre su fe (2 Co. 1:24). La libertad que gozamos es con respecto a otras personas. Pero con respecto a Dios, cada lector está obligado a examinar la Biblia para sí mismo. Al mismo tiempo, no tiene la libertad de interpretarla según su propio gusto. Pedro lo dijo claramente:
Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque… [En estas profecías] los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2Pe. 1:20, 21). La Palabra de Dios tiene el significado que Dios le dio, y los hombres deben procurar entenderla según él quiso en un principio.
La responsabilidad personal
La libertad de leer y entender la Biblia lo mejor que pueda uno, no debe tomarse ligeramente; porque cada uno de nosotros responderá y  dará cuenta por sí mismo delante del trono de Cristo (2 Co. 5:10). Cada maestro debe enseñar con cuidado.
Si alguno ha sido falso en el manejo de la Palabra de Dios, recibirá mayor condenación (Santiago. 3:1). Los evangélicos enseñamos que la ciencia de la hermenéutica bíblica requiere la interpretación reverente, dada en el temor de Dios y guiada por el Espíritu Santo; porque él es nuestro Maestro divinamente nombrado para serlo (Jn. 14:26).
Como creyentes cristianos dedicados al fiel manejo de la Palabra de Dios, nos vemos obligados a aprender las reglas de interpretación para desempeñar el ministerio al cual Dios nos ha llamado, lo mejor que sepamos.
Al hacerlo, gozamos de la iluminación y de la ayuda del Espíritu de Dios. No debe de haber duda sobre este punto, porque realmente tenemos su presencia en virtud del don del Espíritu desde cuando nacimos de nuevo.
Si algún alumno o maestro piensa que puede sacar conclusiones satisfactorias solamente después de dominar completamente esta materia, debe recordar que el Espíritu Santo es su maestro y guía. Aun cuando el lector no sea un gigante intelectual, esto tiene poco que ver con su capacidad de sacar algunas conclusiones correctas por medio de su lectura de la Biblia.
Hasta el lector más humilde normalmente goza de la iluminación del Espíritu mientras lee. Algún texto que no había entendido antes, de repente está iluminado. O algún otro pasaje, poco comprendido, puede brillar con nuevo significado por medio de la ayuda del Espíritu que vive en él.
Todo esto no indica que el alumno no debe aplicarse al estudio. El estudiante descuidado o moroso no debe contar con la ayuda divina como para pasar por alto el estudio diligente que Dios ha ordenado para su progreso en las Escrituras.
La aplicación de las reglas
Aquí debemos indicar que no toda regla de interpretación tendrá aplicación en todos los casos. Las varias reglas deben aplicarse sólo cuando juzga que puedan resolver un determinado problema.
Juntas todas las reglas formarán parte del equipo intelectual con el que puede interpretar el texto bíblico. Claro es que la pericia del intérprete ha de afectar su interpretación de algún texto; pero no con respecto a la originalidad que muestra, sino en el cuidado con que aplica sus conocimientos.
No todo texto demandará alguna interpretación especial, ya que la mayoría de ellos serán claros para la gente de inteligencia normal.
Algunos textos han de requerir una interpretación sólo para los que hayan tenido una preparación limitada. Para tales personas el intérprete verá necesario explicar algunos hechos que otros ya conocen.
O bien, puede ser necesario solamente simplificar su lenguaje. Otros textos serán difíciles para la gran mayoría, y todavía otros seguirán como misterios aun para los intérpretes más peritos.
Las reglas de la hermenéutica pueden compararse con una caja de herramientas. Cuando el maestro carpintero comienza a construir una casa o un mueble, o a hacer alguna reparación, primero considera los problemas que el proyecto presenta.
Luego escoge las herramientas que cree que le han de ayudar más. Esto es exactamente lo que hace el intérprete. Considera el problema o problemas presentados por el texto y luego escoge las reglas que le parecen ser más indicadas para resolverlos.
En algunos casos el intérprete verá que es necesario probar a manera de ensayo varias reglas antes de encontrar aquella que mejor se aplica; algo así como el carpintero que usa el formón, el cepillo y la lija, así como el martillo y el serrucho.[4]



1 Extractado de un folleto editado en Denver en 1980.
2 A. Berkeley Mickelsen, Interpreting the Bible (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1963), p. 16.
[1]de la Fuente, T. (1985). Claves de interpretación biblica - edición actualizada: De la Fuente, Tomás (14). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
[2]Reina Valera Revisada (1960). 1998 (2 P 3.15-16). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
3 Aunque los Rollos del Mar Muerto son conocidos mejor por los textos bíblicos que se encontraron allí, hay entre ellos algunos escritos no bíblicos. Estos incluyen las reglas de disciplina de varias comunidades religiosas, salmos e himnos, y algunos escritos apocalípticos. Aunque se han publicado algunos de los textos no bíblicos, éstos casi no se pueden usar para el estudio del idioma.
[3]de la Fuente, T. (1985). Claves de interpretación biblica - edición actualizada: De la Fuente, Tomás (18). El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
6 Hasta años recientes cuando un católico romano interpretaba la Biblia de manera contraria a la enseñanza oficial, dejaba de ser de los fieles, y no gozaba ya del privilegio otorgado a aquellos que aceptaban el punto de vista de aquella iglesia. El autor fue misionero en México desde 1942 al 1967 y vio el resultado de esta actitud en algunos de sus amigos personales. Pero en 1962 el obispo de Cuernavaca consiguió que esta regla dejara de aplicarse.
7 Tomado de la “Introducción General” de la versión de la Biblia de Torres Amat, publicada por Revista Católica, primera edición, 1946.
[4]de la Fuente, Tomás: Claves De Interpretación Biblica - Edición Actualizada : De La Fuente, Tomás. El Paso, Texas : Casa Bautista de Publicaciones., 1985, S. 19