Jesucristo: el Mesías y Rey escogido por Dios para gobernar el Reino Teocrático que será inplantado en la Tierra (Ap.20:4-6), el Unigénito Hijo del Padre Altísimo (Jn.1:18), no creado, sino engendrado por la potencia de Dios, por medio de su Santo Espíritu (Lc.1:35), muerto en una cruz por Voluntad del Soberano Dios (Is. cap. 54) para la expiación y el perdón de los pecados de los hombres que han creído en él (Jn.3:16; Jn.19:18; 1 Jn.1:2), y con esto, vengan a ser participantes de la naturaleza divina (2 Pe.1:4) junto con Cristo en la transformación o glorificación de los cuerpos en la resurrección de los muertos que le amaron siempre y de los que vivan fieles a Cristo en su Parusía (1 Ts.4:16-17), siendo favorecidos por semejante estado para tomar la herencia terrena según las promesas dadas a Abraham por el Señor en el AT, el Reino de Dios, que habrá de acaparar el mundo entero renovado en el futuro: Y sacándole afuera, le dijo: "Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas." Y le dijo: "Así será tu descendencia." (Gn.15:5). Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. (Gn.17:4-6).
Los hombres fieles y justos ante Dios nunca pasaron desapercibidos la importancia de la glorificación de los cuerpos en la resurrección de los muertos y de los vivos en Cristo (1 Co. cap. 15). Esta condición es obligada para que se suscite en el creyente genuino en la Segunda Venida visible de Cristo para que pueda gozar de las maravillas que el Reino Terrenal pero de carácter Celestial le ofrecerá en el mundo restituido a su debido tiempo, en un día ya fijado por el Soberano Dios que en definitiva no cambiará sus propósitos finales. Su acontecer es seguro como lo expone la Biblia.
Cristo anunció el Reino de Dios que fue el mismo que anunciaron los antiguos profetas de la primera dispensación. Quienes oyeron al Hijo de Dios predicarlo jamás cuestionaron la naturaleza de dicho Reino puesto que la conocían ya de antemano. Era una situación a la que estaban ya habituados y lo esperaban con no poca paciencia. El Reino de Dios aunque es, por su literalidad, palpable, su principio o fundamento es cien por ciento espiritual, porque el que «no naciere de nuevo, en agua y Espíritu, no podrá entrar en él, no podrá verlo» (Jn.3:5-7).
Juan el Bautista, el precursor de Cristo, el anunciador del acercamiento del Reino y de su gran gobernante, fue profetizado por Malaquías (Mal.4:5-6). Juan expresaba en su declaración el pronto suceso del establecimiento del Reino Teocrático Terreno; es por eso que instigaba a la nación de Israel al sincero arrepentimiento, so advertencia de terrible juicio: Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: "Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos. " Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas (Mt.3:1-3). Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham.1 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt.3:7-10). Juan, mediante la costumbre del bautismo con agua y la necesaria e inherente confesión de pecados, establece la preparación para la aceptación del Mesías, de acuerdo a las expectativas del AT. De otra manera, nadie podría ser capaz de recibir el Reino. La sujeción, la santidad y la mansedumbre son indispensables requisitos para poseer la herencia de la Tierra redimida: Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Heb.12:14). Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt.5:4).
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